» 01-02-2024 |
Para Irigaray la cultura es el producto del logos promovido por el hombre como alternativa al conocimiento natural específicamente femenino y que aquel borra de la faz de la tierra con tal de promover su supremacía. La cultura es la confluencia de la razón (logos), la hermandad de los hombres que excluye a la mujer y de paso a la naturaleza y la vida y el maestrazgo en cuanto modo específico de transmisión del saber mediante la institución del maestro al que el alumno sigue ciegamente y que garantiza la supremacía del hombre (el patriarcado) sobre la mujer, los niños y el medio. El logos aplica la memoria no para consolidar experiencias sino para almacenar recetas, al modo de la tópica que provee de un repertorio de respuestas estereotipadas a un repertorio de situaciones que, en definitiva, reproduce el instinto en el mundo de la razón. La cultura, es el desplazamiento de la supremacía masculina de lo físico a lo mental, al lenguaje y al logos, a partir del cual todo hombre se convierte en sabio en un mundo de seres irracionales: las mujeres, los niños y el medio. “ Tener razón” se establece como el nuevo estándar de dominación sin perjuicio de recurrir a la fuerza cuando ese recurso falle.
La “cultura” femenina (por darle el mismo nombre, dado que ocupan el mismo ámbito) es el conjunto de conocimientos de la naturaleza y de la vida, producto de la observación, de la intuición y de la memorización de los comportamientos exitosos. de los comportamientos no erróneos. Es una cultura de la recolección y de la experiencia en cuya tradición no influye la presencia de maestro alguno, sino que el cuidado se confunde con la enseñanza, con la educación en una situación de igualdad en la que todos aprenden de todos. La verdad no es algo autónomo e impersonal que como en “Expediente X” “… está ahí fuera”. La verdad es una elaboración personal que si converge con otras es por la igualdad de sujetos y situaciones y no por el dogma y la imposición. La naturaleza imparte su sabiduría, a quien quiera recogerla, a través de la experiencias viva (los ancianos que por cierto, son queridos, respetados y cuidados), o de los lugares en que se manifiesta lo sagrado: hierofanías (la diosa), o donde se manifiesta la fuerza: kratofanías (lo sublime), es decir de la topología. El mito: el relato de los orígenes del mundo, de la sociedad y del ser humano, imparte su conocimiento a través de la ejemplaridad, a modo de inducción primitiva que pasa de lo particular (el ejemplo) a lo general (la norma).
La cultura es una forma de dominación del hombre hacia los otros seres humanos y el medio ambiente que se enmascara con el establecimiento de los dioses masculinos, sabios y terribles en su justicia inflexible teñida de humanidad. Un panteón que se racionaliza y se humaniza de acuerdo con las necesidades de la opresión. La jerarquía férrea “ordena” a los miembros de la sociedad en los que obedecen al nuevo logos: los racionales, y los que se mantienen fieles a la diosa que son excluidos inmediatamente de la racionalidad y de las sociedad, singularmente las mujeres y los niños. La razón se utilitariza y se pone al servicio de la dominación bajo el nombre de desarrollismo, progreso, explotación racional, orden establecido. La comunión del ser humano con la naturaleza y con la vida desaparece y nada se opone a que la vida sea arrebatada por el hombre en la guerra, o en “la justicia”, en posición dialéctica a la mujer, dadora de vida y respetuosa con toda forma de vida. Una vez borrada la mujer como ser racional, nada se opone a que la genealogía, la generación de la vida se realice exclusivamente por vía paterna restando la mujer en un papel nutricio que la genética desautorizará pero no desbaratará. Y así se accede al género único, último eslabón de la aniquilación social de la mujer, que castrada, resta como un hombre imperfecto, incompleto, truncado.
Hoy en día la mujer continúa excluida de la cultura, pero no de la Cultura con mayúsculas sino de la cultura masculina, inventada y establecida por el hombre de modo que fuera inaccesible a la mujer: la cultura patriarcal. Todo lo que no es metafísico y ontológico, todo lo que no es especulativo, analítico, abstracto, racional (a-emocional), operado por el odio, está excluido de la cultura masculina, en una operación de exclusión operada por la propia definición de lo cultural. Los intereses de la mujer son muy otros y la exclusión impuesta, se transforma en auto-exclusión por desinterés y tedio. La mujer se refugia en sus intereses: la síntesis, lo descriptivo, lo concreto, lo emocional, el cuidado/amor, la intuición, el sentido práctico. Pero todos estos intereses no forman un cuerpo sistemático como el que se otorgaron los hombres con su metafísica y su ontología, porque la mujer no es ni sistemática, ni metafísica ni ontológica. Y este desinterés, esta náusea es interpretada por el hombre como incapacidad, como inferioridad, como irracionalidad.
Una cultura femenina es posible, pero no encasillada en, y como la cultura masculina, y pasa por reivindicar lo que el hombre ha determinado como carencias de la mujer (según su cultura masculina). No hay que avergonzarse de ser intuitiva, sintética, concreta, cuidadora, a-sistemática etc. No hay que avergonzarse de ser mujer o -tal como el hombre ha definido el género único-, de no ser hombre, como los hombres, igual al hombre. Existen atributos específicamente femeninos como el amor/cuidado, la convivencia pacífica y respetuosa, el diálogo, el pacifismo, el respeto al medio, el sentido común, incluso -como he defendido en otros escritos- el “pavismo”. La cultura femenina no es una simple adaptación al género, es mucho más. Es un cambio de paradigma, de metafísica (¿metaética?), de ontoloigía (del ser al devenir), de sistemática (de la estructura jerárquica a la base de datos igualitaria). Y tiene que producirse antes de que las mujeres abracen la causa del hombre: la dominación, la jerarquía, el odio, el poder.
El desgarrado. Febrero 2024.