» 19-01-2024 |
Una encuesta revela que la mitad de los hombres y un tercio de las mujeres creen que el hombre está discriminado en cuanto género. Con la salvedad -denunciada- de la bondad de la formulación e intelección de la pregunta de la encuesta, la cosa es más que preocupante. Da la impresión que debemos volver sobre el tema de la intoxicación política y la densidad informativa de los extremos más insólitos. Los datos son claros: existe una violencia de género utilizada, abrumadoramente, por los hombres hacia las mujeres. Las mujeres tienen peores empleos (estando en general mejor cualificadas) y peor pagados (la brecha salarial). El “techo de cristal” es una barrera que no se ve pero que impide efectivamente el ascenso de la mujer en la escala laboral. La paridad lógica no se traduce en una paridad efectiva (en Davos no había ni una sola mujer entre los ponentes y asistentes cualificados). Los roles sexistas sociales siguen perpetuándose en la familia, en la escuela (la educación en general), en el trabajo. Y la ley (en la que mayores avances se han alcanzado) paga por sus clamorosos silencios.
La metafísica (el vademécum ideológico de la cultura occidental) es profundamente machista. El psicoanálisis freudiano establece un solo sexo: el masculino con su famosa definición del falo como premisa universal del pene (es decir, que todos, hombres y mujeres tienen uno… o lo han perdido). El lenguaje instituye al hombre como representante léxico del género humano. Parte de la población opina que el feminismo es terrorismo de género (el término feminazi es harto explicativo) fundado en el odio y en la envidia del pene. El lenguaje inclusivo es una pamema, el aborto una cuestión masculina, el acoso una exageración y el piropo un derecho. El tratamiento que se ha dado jurídicamente a la violación y otros abusos es sonrojante. Las labores domésticas son abrumadoramente asumidas por mujeres que además trabajan fuera de casa, así como: el cuidado de las niñas, de las ancianas, enfermas y mascotas. El género gramatical femenino es tradicionalmente usado como insulto para los machos. Las mujeres “provocan” a los hombres con su vestuario, su modernidad y su desparpajo, provocación que resulta irresistible para los hombres, que acaban ¡pobrecitos! “sucumbiendo a sus encantos” es decir, usando la violencia física o síquica.
Hablamos con ligereza de los derechos de las mujeres, y en general sin profundizar en el clamoroso fiasco que la cultura occidental ha instituido para ellas. Luce Irigaray “En el principio era ella” (ediciones la La Llave 2016(2012)) hace un repaso de como en el periodo presocrático griego, la cultura primitiva de pensamiento único da lugar a un pensamiento netamente masculino que abandona a la mujer a la primitividad y al olvido. El pensamiento que el hombre arma es bien conocido: la metafísica. Lo que no es tan conocido es que la mujer es abandonada a su suerte y al olvido, cuando no, perseguida encarnizadamente. Porque todo ser humano es engendrado por dos individuos: hombre y mujer en una relación de otredad a la que seguirá la gestación/alimentación/amor y la crianza/alimentación/amor exclusivamente femenina. La primera relación de otredad de todo hombre es la que mantiene con su madre, de la que deberá diferenciarse como paso previo a su emancipación. El niño no sabe donde acaba su madre y donde empieza él, lo que implica un proceso necesario de diferenciación. Irigaray piensa que esa diferenciación no se produce correctamente, lo que marcará al niño/hombre durante toda su existencia.
El hombre desarrolla un pensamiento masculino (metafísico, dialéctico, analítico…): el logos, del que excluirá a la mujer y a la que someterá a un proceso de borrado, de anulación y de olvido, un auténtico genocidio en el que el género femenino prácticamente desaparece, como reconocerá el psicoanálisis. Haber resuelto mal su primera relación de otredad lastrará al hombre para cualquier relación similar futura, lo que originará desde la dominación hasta la violencia, pasando por el “entre-hombres”. La mujer -escasamente interesada en desarrollar un pensamiento femenino paralelo- se quedará instalada en el pensamiento primitivo vitalista, respetuoso con la naturaleza y con el otro, emocional, amoroso, cuidadoso y de síntesis (frente al analítico masculino). El hombre diseñará su pensamiento masculino mediante pares de oposiciones en las que se esforzará en que la parte negativa corresponda siempre a la mujer: la metafísica. Desde entonces la mujer es un ser inferior puesto que la superioridad lo es por definición masculina. En un planteamiento así, la mujer será excluida de todo, menos de su aspecto maternal alimenticio (hasta tomar el nombre del órgano nutricio).
La ausencia de un pensamiento femenino (hasta ahí llega la negación de la mujer por el hombre) ha propiciado que ésta adapte el pensamiento masculino a sus propias necesidades, y lo haga, en la mayoría de los casos por imitación. La mujer -sin personalidad ni atributos reconocidos- solo puede aspirar a ser “como el hombre”, solo puede acceder a la igualdad con el hombre, no en derechos, que eso vendrá mucho después, sino en estructura: analítica, violenta, dominante, desarrollista, naturoclasta, en una palabra, metafísica. La mujer fue borrada del mapa, excluida de la revolución cognitiva masculina, relegada a una posición cuasi animal (¿alma, inteligencia, capacidad?), indigna de derechos y sometida al hombre. Por si fuera poco, los escasos reconocimientos que el hombre le concedió (madre nutricia, empleada de hogar, descanso del guerrero, hija matrimoniable) y que la condujeron a una situación sexual-amorosa desahogada, debido a la esclavitud del hombre por “sus bajos instintos” y a objeto de ostentación de la riqueza (Veblen), de mujer ociosa (en el sentido de no trabajar fuera de casa). Pero no duró mucho pues el capitalismo exigió que aquel trabajo extrahogareño se consolidara como parte fundamental de los ingresos de la familia.
Todos los avances que la lucha feminista ha conseguido dolorosamente, se reducen a “ser como los hombres”… en aquello que los hombres han permitido. Es el feminismo de la igualdad (igual a… los hombres) al que se opone un feminismo de la diferencia (Irigaray, Despentes). Como demuestra la encuesta un tercio de las mujeres están abiertamente alineadas con los hombres y seguramente los otros dos tercios son “igualistas”. Esa lucha feminista que los hombres (y algunas mujeres) ven como una amenaza, no ha hecho sino empezar en logros y en duración… que será para siempre, pues la dominación consiste en obtener y mantener privilegios y ventajas, y la mitad de los hombres no están dispuestos a hacer justicia.
El desgarrado. Enero 2024.