» 22-01-2024 |
El pensamiento femenino es una sombra, borrada, desdibujada de lo que la mujer fue antes de que el hombre la expulsara del logos, del pensamiento masculino, de la metafísica. “En aquel tiempo” -de resonancias bíblicas- insinúa Irigaray -en su “En el principio era ella” editorial La LLave, 2016(2012)- ese pensamiento presocrático -previo a la aparición del logos- y que sin embargo, concreta ampliamente en la descripción de la transición en la que se produce su sacrificio, su exclusión. Las resonancias de las “cincuenta sombras de Grey” de James, no es casual pues la exclusión de la mujer del mundo “intelectual” del hombre -reducida- a objeto sexual y la aceptación por la mujer de ese rol entre seducida e ingenua, no es mal paralelo para lo que tratamos aquí. Entresaco, para ello, del libro de Irigaray, citas a modo de aforismos, que si pican vuestra curiosidad ya habrán cumplido su labor. Las negritas son mías.
Cuando gobiernan las divinidades femeninas, aunque sea imperceptiblemente, el discurso, el devenir aún existe.
Crecimiento y perecimiento, rapidez y lentitud, califican el movimiento ligado a lo real, a la vida.
El mundo aún no está organizado según el pro y el contra decretado por el hombre.
La consumación o la aniquilación, no fijadas en polaridades inamovibles.
La vida es la que hace crecer; no se considera como una totalidad acabada a la que se opone la muerte.
Renunciar al misterio de la vida, nunca enunciable por nadie, evocado, tan solo por el poeta, le otorga poder a la lógica.
Dejando a las mujeres que comuniquen por medio de signos oscuros, especialmente en nombre de un pudor que pide que nada quede nunca claramente expuesto.
El amor se opondría al odio… ¿no será porque la construcción es errónea?
Lo requiere la necesidad de sustituir un movimiento de crecimiento natural por un “polemos”, un conflicto, entre entidades ya artificialmente construidas.
Así pues, el mundo no es inmóvil, simula la vida.
La salida de uno mismo para ir hacia el otro o la retirada en uno mismo aún existen.
El sabio está aún a la escucha de ella -la naturaleza, la Diosa, la musa.
Percibir y pensar vienen a ser lo mismo.
Y lo que piensa el hombre no se disocia de lo que es su entorno. Ambos siguen siendo solidarios.
El hombre atento a su ambiente y al paisaje en el que se encuentra, recibe la raíces de su devenir. Vive aún en la fidelidad a ella, naturaleza o Diosa.
La enseñanza, por otra parte, no puede tener lugar fuera de ella(s) que desvela(n) la verdad.
Se construyen un entorno en el que habitan en ella(s) con un lenguaje de hombres.
Para los antiguos, decir se parece aún a inventar la epopeya de un mundo existente, cuyo maestro será el Chantre o el traductor a palabras.
El logos, en aquel tiempo, expresa aún una adhesión a las cosas, un intento de transmitir su mensaje como verdad.
La sabiduría se elabora entre percepciones atentas y palabras para designarlas, para hablar de ellas, elaborando así un código compartible.
No hay ninguna necesidad, pues, de creer en las palabras de un maestro cuyo sentido se os escapa.
Significa más bien una disposición afectiva y volitiva, un movimiento de la adhesión del corazón al decir de las cosas, de la Diosa, del maestro.
Para aprender hacen falta, entusiasmo, amistad, docilidad. Una lógica fría tampoco es todavía el vehículo de un saber que pretende ser aséptico y estar desvinculado de la experiencia sensible.
No puede vivir la completitud en lo abierto. Lo que crece reconoce la completitud en lo inacabado, lo considera como no ser.
Se esfuerza por darle un ritmo mediante un discurso cadenciado, como lo eran la poesía o el himno de alabanza.
No percibe la diferencia entre la existencia de la naturaleza y la suya. A fortiori, no tiene consciencia de que hay otro a su lado, a menos que sea maestro o discípulo, en busca o en el olvido de una misma verdad que le permite coexistir en lo común…
De la Diosa, omnipresente en el entorno, ha hecho dioses.
Lógica desconocida de una divinidad que aún representa la vida.
La vida nunca se dice simplemente. Se muestra en su flor, se oculta en su raíces.
A no ser que, a veces, se haga escucha, alabanza, ritmo que acompañe al crecimiento natural.
… el hombre no cultiva la percepción de lo que es, no está atento a lo real que lo rodea.
¿Por qué admitir a priori que esto es bueno y esto otro es malo, que esto es cierto y esto otro es falso, que haya que decir “si” tal cosa y “no” a tal otra?
Sea cual sea su elección, oculta la primera expresión, la de la Diosa -o de la naturaleza- cuyo lugar es ocupado.
Nunca son dos escuchándose y hablándose desde el respeto de sus diferencias.
Se esfuerzan por presentir algo, por serle fieles sin alcanzarlo jamás ni poderlo nombrar.
En lo que ella transmite, el sentido sigue siendo misterioso.
Poco a poco la inspiración que el primer hombre hablante recibió de ella quedará taponada por medio de argumentación sin salir del discurso mismo.
Para razonar suplanta, la fascinación y la confianza en la escucha del otro.
En lugar de cultivar la energía despertada por ella, de transformar el entusiasmo y la fascinación que ella ha citado, el hombre juega con las palabras, lo dividen todo en partes que separa o acerca para crear sentido.
El dos de la relación con ella se hace oposición de categorías -ser y no ser, despierto-dormido, día-noche, vida-muerte, etc.
Gestos, cantos, poemas, intentan acercársele, sugerir su existencia, incluso suscitar su presencia.
… para construir un mundo del que la vida, el amor, la carne han desertado.
Lo que era manifestación de lo irreductible del otro -de ella, o Ella- se hace creación del hombre
El sentido ya no está anclado en lo real: se desliza, igual y diferente, cambiando de un momento a otro, de un hablante a otro, y no obstante permanente, al menos en apariencia.
…el sentido de una palabra ya no se evalúa por su fidelidad a lo real viviente o al otro, sino por sus apariciones en el conjunto del habla.
… las cosas permiten aún entrever su sentido, conservando una parte de su misterio.
El hombre ya no escucha la diosa, ya no interactúa con ella rompe el vínculo con ella.
Y los sentidos se cierran a la percepción sensible, carnal.
Los hombres ya no ven ni oyen la vida ni el devenir de lo que existe. (Irigaray, 2016, 35-64).
El desgarrado. Enero 2024.