» 07-02-2024

Señoras y señores 98-3. Fantasías sexuales 3. Violencia de género.

He comentado en otras ocasiones que es difícil entender a alguien que mata a su pareja y acto seguido se suicida. Sé que la mayoría de las agresiones de género no son de este tipo sino mucho más prosaicas, pero entiendo que la existencia de las primeras nos pone en la pista de lo que hay detrás de la violencia machista. También he afirmado que los autores son enfermos, incapaces de reaccionar de otra manera de como lo hacen. Mi tesis es que el hombre está absolutamente convencido de lo correcto de su posición, hasta el punto de no dudar ni un instante de su situación de supremacía, de la mala intención de la mujer, de la necesidad de enseñar a la mujer el comportamiento adecuado. De ahí a: “ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio” solo media un paso. 

 

Con ello quiero decir que el hombre sufre una carencia de educación sobre cómo es la mujer, absolutamente desesperante. Esta situación no exime al hombre de su responsabilidad pero tampoco a la sociedad de descuidar una educación sobre género totalmente necesaria. Ese desconocimiento debería haber ido desapareciendo a medida que la formación y la cultura aumentan y con medidas tan elementales como la coeducación, la entrada de la mujer en el deporte, en el mundo laboral, la educación sexual, las medidas institucionales contra el maltrato  o el declive de la discriminación en la familia, pero no ha sido así. La violencia no disminuye y el machismo juvenil arrecia. Solo queda una explicación: la sociedad no educa convenientemente en género a hombres y mujeres, y esa educación llega más lejos que la guerra contra el machismo. Tiene que llegar a un conocimiento suficiente de las diferencia o peculiaridades de ambos sexo/géneros.

 

Nuestro desconocimiento en este campo es enorme. El sicoanálisis lo intentó y no pudo (o por lo menos no obtuvo el reconocimiento generalizado que era necesario); la neurociencia no ha alcanzado el grado suficiente de desarrollo; la sociología de género es inexistente, en cuanto al establecimiento de perfiles de convivencia. Es como si nadie se atreviera a entrar en esas diferencias cuyo conocimiento es esencial para convivir. Por no citar que nadie sabe (o se sabe desconocedor) lo suficiente del otro género como para arriesgarse a pontificar. El feminismo podría haber sido la opción a seguir pero está tan fragmentado (y desacreditado interesadamente por los hombres) que es difícil escoger opción. Ni siquiera existe unanimidad en aceptar que entre los dos géneros existen diferencias sustanciales. El intento de Louanne Brizedine -con su caracterización de los cerebros masculino y femenino- se cerró con buenas ventas (lo que demuestra que hay interés por el tema) y mala crítica. Si ponemos “el cerebro” en Google aparecen varios libros sobre el cerebro de niños y adolescentes mostrando que el interés por las diferencias es real. 

 

En semejante erial intelectual, casi parece natural que recalemos en las fantasías de género en la esperanza de dar luz al tema. La fantasía de género masculina es que la mujer es muy inferior al hombre… aunque necesaria como incubadora, cuidadora, alimentadora, educadora de los neonatos. Es decir con competencias limitadas debido a su incapacidad física e intelectual. La mujer es un objeto de deseo masculino (descanso del guerrero); madre nutricia cuidadora universal; ama de llaves e hija intercambiable en el matrimonio (Irigaray). El sicoanálisis la excluye del género al identificar pene y género: el falo, la premisa universal del pene. El logos y la subsiguiente cultura patriarcal la excluyen de la genealogía mediante la fantasía de la genealogía “a uno” (el hombre) en vez de “a dos” (el hombre y la mujer). Pero también la excluye del logos y de la cultura. La mujer es borrada como género y, como mucho, encarnada en el género neutro (excluido de la generación).  Decía Butler que “el género es una construcción social”. En el caso de la mujer es una destrucción.

 

La mujer en cuanto a género no existe, es el género neutro. Ha sido borrada. ¿Qué de particular tiene que sea agredida, eliminada, violada, manoseada? Lo que está en juego es algo mucho más elemental: ¿tiene inteligencia? ¿Tiene alma? ¿Tiene libre albedrío? o ¿es un animal juguete del hombre para lo que desee? No acabaremos con la violencia hasta que no reintegremos a la mujer en el género, su propio género: ella. Ante la presión del feminismo el hombre ha campeado el temporal “concediendo” a la mujer los derechos y las oportunidades mínimas. Pero siempre con la habilidad de que fuera igual-al-hombre, manteniendo como modelo de igualdad al hombre, al que la mujer puede parecerse, sin alcanzar jamas la auténtica igualdad: el respeto a la diferencia. Puede matar en la guerra, o pelearse en el ring; bajar a la mina o hacerse policía; puede emborracharse, drogarse y blasfemar; puede -en definitiva- ser como un hombre. Muchas mujeres lo han comprendido así: solo comportándose como un hombre, siendo un hombre (pero manteniendo los papeles de ama de llaves, descaso del guerrero, madre nutricia cuidadora universal, e hija intercambiable), se puede obtener la igualdad material (salario, paridad, puestos directivos, promoción, oportunidades, derechos reales…). No hay otra. 

 

Ahora empieza la contraofensiva. Las encuestas dicen que la mitad de los hombres (y no los más viejos) piensan que el feminismo se ha pasado de frenada que se les discrimina respecto a las mujeres. La (ultra)derecha se une al clamor. El relato de la víctima no ha hecho más que empezar. No solo os quieren vencidas, os quieren convencidas. ¡Con la pata quebrada y en casa!. La violencia ha llegado para quedarse y el camino para revertirla es inasible. El feminismo acaba de nacer. Os espera un siglo de lucha, siempre y cuando el estúpido hombre no se haya cargado la especie en una generalización universal de la cantinela. “Ni conmigo ni sin ti… El suicidio universal. Amén.

 

El desgarrado. Febrero 2024.




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