» 01-07-2024 |
Os parecerá que la pandemia se ha acabado pero no es así. Ha venido para quedarse y -como la gripe- llamará a nuestra puerta cada invierno. Es pues, tema de actualidad permanente. Se produce ahora lo que no se produjo en 2020 ,cuando la información era caótica: datos fehacientes de muertos, afectados, por países; conocimientos científicos afinados; efectividad de las medidas o las estrategias tomadas (en China murieron 350 veces menos enfermos con una estrategia de tolerancia cero que en USA con una estrategia de convivencia). Datos de los que sacar conclusiones: 7 millones de muertos y 700 millones de afectados a nivel mundial. Mal contados, porque la ingeniería de cálculo obra maravillas. A los políticos les preocupa siempre más cómo se llama a las cosas y cómo se cuentan, que cómo se solucionan. Al fin y al cabo rinden cuentas por el nombre y por el cómputo. Hay un pacto de silencio por parte de la administración y de olvido por parte de la población. Nosotros no queremos saber y ellos que se sepa.
Los cuatro jinetes de apocalipsis (es decir: la conjunción de catástrofes que acabará con el mundo) son: el hambre, la muerte, la peste y la guerra. La clasificación se ha quedado antigua. El hambre se ha atenuado (que no erradicado) pero ha mostrado su otro rostro: la abundancia, la sobrealimentación. La peste debería ser ampliada a: el sida, el cáncer, las enfermedades cardio-vasculares, las enfermedades autoinmunes, las pandemias etc. Nuestra era ha añadido un elemento más: existe un jinete que los engloba a todos: la pandemia de coranavirus. En 2020 el mundo fue asolado por la catástrofe de las catástrofes que esbozó el apocalipsis. Y nuestra orgullosa civilización demostró su fragilidad, los pies de barro sobre los que se erigía. Simple y llanamente no estábamos preparados. Trescientos millones de afectados y treinta millones de muertos y un caos informativo, organizativo, operativo, descomunal. Medio año perdido a todos los efectos y un virus que ha llegado para quedarse. El virus era una mutación que había saltado de los animales a los humanos. No era novedad, ya se había producido antes: la gripe española, la gripe aviar, la gripe porcina, la enfermedad de las vacas locas, el ébola, el sida. No era un desconocido ni como zoonosis (enfermedad producida por animales) ni como coronavirus de los que ya se conocían siete tipos (entre ellos el SARS y el MERS) considerados como los inductores de las primeras pandemias. ¿Por qué entonces ni había vacunas, si se sabía que la pandemia podía producirse? Hubo todo tipo de pistas. Incluso La película “Contagio” lo explicaba punto por punto. Había razones estructurales: las farmacéuticas son empresas privadas capitalistas, es decir cuyo principal cometido es el máximo beneficio. Sólo investigan enfermedades existentes (no hacen investigación básica que corre a cargo de los Estado) y previsiblemente rentables (con suficiente número de infectados). ¿Por qué no había medios preventivos: gel de manos, guantes, batas, mascarillas, test. Porque las democracias viven al día: se resuelven los problemas cuando surgen. Es lo que se llama actuar en caliente. Sólo se hace prevención cuando peligra el culo de los políticos, dada la responsabilidad que se suscita: accidentes de tráfico, violencia de género y poco más. ¡La única cuestión que los moviliza es la inestabilidad subiéndoles por las piernas!. También por la globalización: se compra donde es más barato y no se fabrica si se puede comprar: no hay ni stocks ni cadenas de producción cuya marcha se pudiera acelerar. Pero hay más.
La pandemia fue gestionada por los políticos… desde sus particulares intereses. Un político que quiere cambiar el mundo (proponer y alcanzar los ideales que cree adecuados y razonables) tiene que gobernar, lo que requiere ganar las elecciones y por tanto conseguir votos. Conclusión: un político tiene -como primer cometido- conseguir votos. Sin ello todo lo demás se desmorona. Y eso se consigue básicamente cabreando lo menos posible al mínimo de gente. Eso tiene tres estrategias: primero no tomar nunca decisiones que hagan perder votos (y en caso de duda: no tomar decisiones en absoluto). Si la decisión debe ser tomada inexorablemente entonces se trata de evadir toda responsabilidad sobre la consecuencia de sus actos: el culpable debe ser siempre otro; segundo: maquillarlo de modo que el votante no se entere de lo que está ocurriendo. Incluye todo tipo de opacidades sobre lo que se está haciendo. Y tres: “demostrando” que no hay alternativa, que los demás son: a) el caos, b) la corrupción, o c) a y b. Lo primero conduce a la inanidad, a la parálisis; lo segundo a la intoxicación y al engaño; y lo tercero a la crispación. Me diréis que todo eso ocurre conjuntamente. Efectivamente: les gusta asegurar el tiro. No fue diferente en la pandemia. La inevitable toma de decisiones (la situación no admitía dilación) se escaló en: se seguían -presuntamente- las directivas de los expertos (lo que también satisfacía la estrategia de la irresponsabilidad), constituidos en un comité que nunca se supo quien lo componía. Además se hacía lo que hacían nuestros homólogos europeos. Por otro lado se ofrecía a la oposición participar para que quedara pringada y sin capacidad de oposición. Y por último el autobombo: todas las medidas eran la hostia de buenas. Respecto a la segunda cuestión: el engaño, se utilizaron los canales habituales: opacidad (transparencia cero) justificada por la necesidad de no alarmar a la población. Se maquillaron los resultaos desde el primer minuto mediante la ingeniería del cálculo: solo se contabilizaban los muertos acaecidos en los hospitales, o diagnosticadas, o cualquier otra condición “ad hoc”. Se mintió sobre el grado de conocimiento de la situación (lo que era, de donde venía, cómo se curaba, si existían vacunas, por qué no se había prevenido, etc.). Se acusó a los ciudadanos de no cumplir las normas y a los sanitarios de arriesgarse sin medida. Se engañó sobre la importancia del uso de las medidas preventivas: mascarillas, geles, test, distancia social, reuniones familiares, etc. Lo caótico de estas directrices condujo a que la distancia social no era necesaria en los aviones, las mascarillas no eran necesarias en los restaurantes o cuando no se disponía de suministro, el confinamiento no era necesario cuando se tenían mascotas, mono de tabaco, o para ir al súper. En una palabra las directrices respondían a las necesidades electorales, de negocio de los poderes fácticos o de la dispensa de responsabilidad de los políticos. Y para ello eran debidamente justificadas por los expertos reclutados al efecto. La crispación se disparó con las acusaciones cruzadas entre gobierno central y comunidades autónomas sobre las competencias sanitarias y con el deslinde de responsabilidades que ambos querían que fueran exclusivamente del otro. La deslealtad institucional se hizo norma. Con un gestión así ¿qué podía salir mal?
El tema de los suministros abrió el melón de los conseguidores y los especuladores, y de cómo lo gestionaban los distintos gobiernos, es decir, de la corrupción. Una situación de crisis es una oportunidad de negocio y de repente todo el mundo tenía una empresa de importaciones. No había fraude en ello… hasta que se produjo el síndrome del bazar chino, la mentira de la mercancía: parecen objetos útiles pero no lo son: restos de serie, intentos fallidos., restos de stock. Guerra de homologaciones, descontrol de calidad, incumplimiento de plazos… Todo lo que podía pasar, pasó. Las farmacéuticas tiraron de stock y reciclaron medicamentos hacia nuevos usos contra-pandémico. El concepto de reutilización dejo en pañales a Ecobendes. Las grandes iniciaron la carrera hacia la vacuna… ¡para todo aquel que pudiera pagarla! Los contratos con los Gobiernos se hicieron con las condiciones que las empresas imponían porque, aquellos, estaban contra las cuerdas. Todo el mundo reclamaba daños incalculables que cuantificaban exquisitamente. Las farmacias de calle pidieron para sí colaborar en en la enfermería en general y en la ejecución de tests. Los agricultores no recogía las cosechas, o por el contrario multiplicaban los precios de venta ante el miedo al desabastecimiento. Se desveló que tras las instituciones geriátriacas estaban fondos buitres que pretendían un negocio fabuloso con la explotación de los mayores. Diaz Ayuso prohibió que se desviaran los mayores enfermos a los hospitales y consiguió un gerontocidio (7.300 ancianos) de proporciones bíblicas. “Se iban a morir igual” dijo. Pero no fue el único lío en el que se metió: le “prestaron” un piso de lujo para pasar el confinamiento, su hermano se vio involucrado en la especulación de suministros, y su novio no solo se forro con las mascarillas sino que intento defraudar a Hacienda falseando facturas. Se inventó (y pagó con dinero público) un hospital (con 3.000 camas, de difícil acceso y mal dotado) para el uso específico del covid19… que todavía no sabemos a que se destinará, cuando había salas cerradas (reciclables para el Covid) en otros hospitales. Acuñó aquello de la libertad de cañas y de encuentros con el ex, digno de pasar a la historia de las ocurrencias con el “finiquito en diferido” de Cospedal y la “relaxing cup of café con leche” de Botella. Acusó al gobierno central de mala gestión de la sanidad… que tenía ya transferida. La ayuda a las residencias “operación bicho” prometida por la presidenta resulto un fraude sin presupuesto y sin plan alguno viable. La asistencia en Madrid fue (y es) nefasta pues hace años que está inmersa en una operación, Iniciada por Aguirre, de privatización de la sanidad pública, que le ha llevado a tener la peor sanidad del Estado. Como sabemos la vacuna llegó y la cuestión se normalizó no sin cuantiosas pérdidas económicas (un descenso del 11.3 del PIB) en 2020 y en vidas humanas (120.000 mal contadas con 13.000.000 de afectados) hasta 2023. Tras las primeras previsiones las cifras parecían las de una guerra.
Los efectos secundarios de la pandemia fueron variopintos: Múltiples políticos se vacunaron saltándose el orden protocolario. Alguno dimitió (se habían vacunado cuarenta a su costa), el resto aguantó. La excusa era siempre la misma: ellos no querían pero sus asesores les “obligaron”. En este caso no pudieron decir que no se habían enterado como acostumbraban, aunque tampoco sería tan raro que algún listo diga que se la pusieron sin que se enterara. Ecológicamente hemos asistido a un experimento que nunca se hubiera podido realizar: los animales recuperan su hábitat en cuanto los humanos reculan (gaviotas, jabalíes, ciervos.)… El declive de la especie humana es el resurgir de las especies animales. Incluso se ha producido una intensificación del amor (interesado) a las mascotas en cuanto estas dispusieron de licencia para pasear. Lo que no ha variado es la adicción al tabaco y a otras drogas (los camellos servían a domicilio. Nunca pillar un Glovo fue tan descriptivo. Si los políticos hubieran tenido los cojones electorales de prohibir el tabaco en sitios públicos (incluidas las calles) nos hubiéramos ahorrado un montón de muertos… por motivos electoralistas. Resulta que tenemos menos gripe, menos mocos (¿menos resfriados’) y menos piojos. Dice el refrán que no hay que por bien no venga. Pero si el aumento de la distancia social, las mascarillas, el lavado de manos y la ventilación reducen estas “enfermedades” ¿no nos está diciendo que vivimos inmersos en prácticas insalubres? Hemos oído miles de veces que la mejor vacuna es la prevención. En aquella loca espera de la vacuna del virus, lo que nos explotó en la cara es que la prevención no se aplica con la racionalidad y la eficacia con que se debería. Las cifras solo son la realidad cuando están certificadas. Por lo tanto si las cifras no son homogéneas, continuas y certificadas son tan falsas como los programas electorales. Homogéneas quiere decir que solo se pueden comparar cosas equiparables y conceptualmente definidas. No se puede comparar un test de PCR con un test de antígenos o considerar un muerto de Covid si está diagnosticado o no. Continuas quiere decir que no se puede cambiar el método de conteo a mitad de la partida. Es decir se cambia de concepto y se pierde la continuidad de los datos, como hizo el gobierno central y muchas autonomías cuando les convino para contar (escamotear) los afectados del Covid. Y por supuesto deben estar certificadas. “El diario.es” denuncia la artimaña utilizada por la comunidad de Madrid para engañar a todos los españoles. Los casos diarios no se suman diariamente sino que se dilata su inclusión hasta contabilizarlos cuando las cifras de los casos de esos días ya no están bajo el foco informativo. Se evalúa que dichos casos podrían alcanzar el 30% del total. Cuando la reuniones permitidas incluyeron a lo “allegados”, la definición y el alcance de la palabra hizo que los medios alcancen la cota máxima de estupidez en la aplicación del sentido común. Las instrucciones que nos han dado los políticos -y sus sicarios los técnicos- han sido realmente confusas. ¿Por qué?: 1) es evidente que las causas de la epidemia son políticas lo que exige una cortina de humo importante, 2) Es evidente que las causas de la pandemia son nuestro sistema de vida desarrollista, progresista, intensamente deudor e inconsciente, lo que exige una cortina de humo importante, 3) No tienen ni puta idea de lo que pasa, lo que exige una cortina de humo importante. 4) No son capaces de ponerse de acuerdo en unas directrices comunes, lo que exige una cortina de humo importante. Resumiendo: la situación exige una cortina de humo importante. Las directrices de “distancia social”: quién, cómo, cuándo y dónde nunca estuvieron claras. Desmintiendo las directrices dictadas por la Administración se oponía la realidad de que los medios de transporte van petaos, el teletrabajo no se ha generalizado, las instrucciones no son precisas y las medidas adoptadas contradictorias. Un grupo de expertos pidió a los políticos que se hiciera una auditoría de las medidas, errores y aciertos cometidos durante la crisis covid para aprender de los errores y no repetirlos. Los políticos -siempre empeñados en salvar el culo (lo que exige la i-responsabilidad) y conservarlo mullidamente resguardado en su poltrona (lo que implica no perder ni un voto mientras los opositores pierden todos los posibles), dieron la callada por respuesta.
La racionalidad -eso que habitualmente se invoca cuando se quiere imponer el deseo o los sentimientos- hubiera exigido actuar de acuerdo a cuatro puntos. Previsión. La función primordial de la razón es la previsión. Prever es ver el futuro, saber lo que va a ocurrir. Anteceder a la catástrofe, a la incidencia, a lo inopinado. Con lo que más se asimila la previsión es con el cuidado. De alguna manera la previsión es el tema de los políticos. Ellos cuidan de los ciudadanos y, por supuesto, anticipan lo venidero. O por lo menos eso deberían hacer. Contención. Una vez que la catástrofe se desencadena, hay que contenerla. No quiere decir comprenderla, quiere decir ponerle un dique. Es un acuerdo sobre lo desconocido como unidad de acción, como unión en la dirección, como la fuerza de la unión. Hay momentos para inventar y momentos para coincidir. Momentos para lucir individualidad y momentos para ser grupo. Solución. La razón nos decía que habría una solución (la vacuna o el tratamiento) pero no nos lo aseguraba. Es nuestra fe en la razón y en la ciencia la que nos impulsaba a ello. La razón piensa que todo tiene solución, pero no es así. El resumen es muy fácil: no ha habido previsión, la contención ha sido ineficaz, no ha existido convención y no hay solución (definitiva). Por eso es una catástrofe planetaria. Es como si el virus hubiera evaluado sus posibilidades y hubiera decidido atacar cuando la humanidad estaba más desprevenida, dedicada a sus cosas, entre las que no está vigilar a los políticos. El covid es la consecuencia de una forma de actuar que descuida el planeta, la sociedad y al individuo. Los cuatro puntos enunciados no se alinearán, por sí solos. Necesitamos un cambio de rumbo. Empezando por escoger con esmero a nuestros dirigentes. No toda la culpa es de ellos, como no toda la culpa fue de Hitler (Duras). Las compañías aéreas quedan exentas de mantener la distancia social gracias a sus extraordinarios aparatos de filtrado de aire. La ley no dice que los que puedan garantizar aire limpio puedan obviar la distancia social. ¿Por qué no se aplica a todos los comercios. Donde están los emprendedores buscando su oportunidad de negocio? La desigualdad no cede en tiempo de covid. Y de esta manera las mascarillas se han convertido en mascarada y la tragedia en sainete. Este es el secreto de la antigua farsa.
La consecuencia natural del virus (la resaca) sería que somos profundamente sociales hasta el punto de ser incapaces de no abrazarnos, besarnos, encontrarnos o tocarnos, despedirnos de nuestros muertos o recibir a los recién nacidos. Pero no. La respuesta es que somos tan chulos como para ignorar el peligro, tan estúpidos como para creernos ocurrencias como inyectarnos lejía o negarnos a la hipotética vacuna, tan libres como para no seguir las normas, tan listos como para no informarnos, tan astutos como para saltarnos las disposiciones, tan desconfiados como para creernos la teoría de la conspiración (¡cómo si fueran capaces de urdir un plan …por simple que fuera!) etc. ¿Y si simplemente fuéramos tan sociales como para apreciar ese vínculo tan importante que nos une y tratáramos de conservarlo? El individuo es el análisis y la sociedad es la síntesis. Si lo que quieres es construir y no derribar, apuesta por la síntesis y olvídate de ese individualismo que -como poco- lo que hace es separarte de tus seres queridos. Lo importante de las redes sociales no es “redes” sino “sociales”. En ocasiones anteriores dramáticas, escuchamos que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades, o que compramos acciones preferentes y subordinadas por codicia o que los sanitarios se contagiaron por imprudencia, o cómo la pandemia es culpa de los irresponsables. Para toda ocasión hay un político que nos explica cómo nos hemos equivocado. Lo que no es comprensible es darnos lecciones mientras vas loco por pillar una vacuna fuera de turno. “Nadie, nadie, podía haberlo previsto” No es cierto. Muchos lo previeron pero ningún político les hizo caso. Desechada la previsión, la legislación en frío, solo nos queda la oportunidad, la legislación en caliente, sobre la marcha, a machamartillo. Y eso supone mucha improvisación y en consecuencia, poca eficacia. Lo asombroso es que el Gobierno no resulte más afectado electoralmente por la improvisación que la oposición, a los que la situación los ha pillado en bragas.
La vacuna presentaba dificultades que no eran de índole política. Hay algo que se dice del coranavirus pero en voz baja: la respuesta inflamatoria autoinmune es la causa de las muertes. En última instancia es el propio organismo el que nos mata. Es duro. Sabíamos que las células tienen unos lisosomas que son una cápsula de la muerte: si la membrana se rompe o disuelve, la célula muere (la vida es el control de la muerte). Tenemos una idea de la muerte que condiciona nuestra idea de la vida. Las historias del sacrificio del individuo por la sociedad desde Guzman el Bueno (o Moscardó) hasta Cascorro, son lecciones de ejemplaridad. Quizás porque el sistema militar necesita esa anulación de la individualidad en favor del colectivo (significado en la obediencia ciega). Por otra parte tan individualmente representados por los pilotos suicidas japoneses o los jihaidistas islámicos. También la revolución -en el otro extremo del militarismo- acepta ese sacrificio vital desde los huelguistas de hambre a los bonzos pirómanos. Las guerras de formación (dos formaciones avanzando al ritmo de los tambores la una hacia la otra) del SXVIII consistían en sacrificar a una infantería cuyo único cometido era demostrar cual de los dos ejércitos estaba dispuesto a sacrificar más soldados antes de claudicar. Lo que estaba en juego era la capacidad de sacrificio no la capacidad de victoria. Porque los virus (los parásitos en general) son algo especial en la evolución. Los virus no van adelante sino que van hacia atrás. Recorren la evolución en dirección contraria. Los virus no pretenden la complejificación sino la simplificación, pero esa simplificación se produce a costa de parasitar otros organismos, cuyo camino evolutivo, coincide con el del virus. Si la evolución es Dios (y el Génesis parece así indicarlo) los parásitos son demoníacos. Los virus son poco más que un impulso reproductor. Información genética en una funda. Todo lo demás lo pone el huésped. Un virus no puede sobrevivir solo, necesita al huésped. Los virus nos necesitan y de nosotros depende que los apoyemos o que no lo hagamos. Por eso el aislamiento es tan efectivo, lo más efectivo. La vacuna y el tratamiento son pan para hoy y hambre para mañana. El virus mutará (su simplicidad le apoya) y todo eso no valdrá. Pero sin huésped no es nadie. Astutamente cambia de huésped (de animales a humanos) y es por ahí por donde se le puede combatir. Investigando su forma de mutar y de migrar y eso es investigación básica. La que, ante unas farmacéuticas optimizadoras de beneficios y capitalistas, solo lo podrán hacer los gobiernos… y no lo hicieron. Por los recortes. Se nos había dicho que el progreso era inevitable, que la desigualdad es ley de vida, que la tierra es capaz de recuperarse de todo. No era cierto. Un simple virus (¡con perdón!) ha demostrado que el progreso se puede frenar en seco, que todos somos iguales (o casi) ante la pandemia y que la tierra no lo aguanta todo (aunque eso, muchos ya lo sabían). Las heridas de la tierra son nuestras enfermedades: las alergias generalizadas el asma omnipresente, las enfermedades autoinmunes, el cáncer, el sida, el covid. Las cicatrices de la tierra son evidentes en nuestros cuerpos. Pensar que nuestra inconsciencia solo afectaba al planeta era estúpido. Nos afecta a todos y de manera brutal. La consigna ahora es hacer desaparecer la sanidad pública. Sin sanidad no hay constancia de las enfermedades. Hay que matar al mensajero. USA ya está en ello. El PP también. Ya lo dijo Trump (y Bolsanaro) si no hiciéramos tantos test los números de infectados descenderían. La estrategia del avestruz. Eso y las ocurrencias de una medicina de payasos como inyectarse lejía.
La globalidad propició que los virus se escaparan de Wuhan y llegaran a Italia (y de ahí a España) en donde no se le dio la importancia que tenía (si no tiene importancia tampoco conllevará responsabilidad) a pesar de que lo ocurrido en China era para alarmar. De hecho lo que ocurrió (y se repetiría en España) es que los políticos analizaban cual era la medida que menor coste electoral les supondría: el pánico o el confinamiento, es decir, antepusieron sus intereses personales o partidistas a los intereses de la salud pública. No se tomaron ni medidas drásticas globales (el confinamiento estricto) ni las medidas drásticas locales (test masivos). Resultado: el contagio masivo. Panda de inútiles. La privatización de la sanidad es una más de las políticas de desmantelar el estado del bienestar. Prioriza los resultados políticos a los sanitarios (como permitir la manifestación del 8M). Podría decir que la vida es así, pero no sería exacto. Hace más de veinte años que la ciencia sabe que se producen transvases entre virus animales y humanos, como el actual coronavirus. Los recortes sanitarios para salvar “la economía” de España y no a los españoles han reducido sustancialmente las posibilidades de asistencia (personal, camas, medios). Los recortes en I+D+I no se han recuperado nunca tras las recortes de la crisis del 2008 con la consiguiente fuga de cerebros. Las maniobras de privatización de la sanidad no cesan desde que Aguirre (en Madrid) decidió que ese era el futuro. Somos (seremos) víctimas del ultraliberalismo. Y como la vida es perversa eso ocurrirá con el gobierno de coalición más de izquierdas de la historia de la España moderna. Somos los muertos vivientes y lo somos a manos del ultraliberalismo. Tenemos la mejor sanidad del mundo pero no sirve para nada. ¿Cuando acabaremos de echar flores a una sanidad que tiene dos años de lista de espera, no tiene material para contener el coranavirus (mascarillas, guantes, batas…) y está en vías de privatización? ¿No empieza a ser hora de que llamemos a las cosas por su nombre? No se trata de si nuestra sanidad es mejor que las de otros países, sino ¿es efectiva? El principal problema sanitario es no exceder la capacidad de atención de la asistencia sanitaria. No se trata de salvar vidas sino de aparentar que la sanidad es perfecta a mayor gloria de nuestros políticos. La sanidad madrileña es la más privatizada de España y sus resultados son: la mitad de los infectados y dos tercios de los muertos. ¡Gracias Aguirre! ¡Gracias González! ¡Gracias Cifuentes! Se ha dicho que la medida preventiva más efectiva (ante pamemas como las mascarillas, la prohibición de aglomeraciones o tomar la temperatura en los aeropuertos) es la información. Uno de los periodistas que fue a Milan (14/03/2020) con el atlético de Madrid volvió con el covid. Un político también: Ortega Smith. Algo no ha funcionado. Los chinos se lo tomaron de modo mucho más drástico y delimitaron zonas de riesgo estancas. El resultado es de menos de 100 muertos por millón frente a los 3.500 de USA o Brasil. Entre no causar pánico y correr el albur del contagio debería haber un término medio. O quizás un término eficaz.
No me infecté. Casi nadie en mi familia. No sabemos por qué. Los médicos tampoco lo saben (lo de la inmunidad de manada parece que era un placebo). Seguí las instrucciones (por estúpidas que me parecieran) porque creo que ante una emergencia la disciplina es importante: sólo de las conductas generalizadas se pueden sacar conclusiones. Sé que es prestarme a un experimento colectivo mal diseñado y peor resuelto, pero la desobediencia y el pataleo no son mejores. Me he vacunado tantas veces como se me ha requerido. Comprendo las reticencias de los negacionistas y los conspiranoicos. Siempre hay razones para desconfiar de la ciencia. De hecho la labor científica es la desconfianza, la sospecha. Pero no creo que el criterio de un ocurricionista sea mejor que el del cuerpo científico. La ciencia no tiene verdades absolutas (por lo tanto todo es más o menos falso). Pero el quid reside en ese “más o menos”, en el grado de aproximación. Cada vez estamos más cerca de la verdad absoluta inalcanzable. Llegará un día en que el objetivo y la teoría serán prácticamente iguales porque el error será insignificante. Sé, que lo que dice la ciencia no es verdad, pero también sé que cualquier ocurrencia personal nunca podrá compararse con la labor conjunta de millones de científicos dedicados en cuerpo, alma y esperanza del Nobel al descubrimiento de un modelo del universo suficientemente aproximado. Y es evidente que la tecnología, no les justifica, pero les abala. No vacunarse tiene dos vertientes: por un lado la prevalencia de nuestro criterio (escasamente desarrollado) que tenemos perfecto derecho a autoaplicarnos, pues el suicidio es impune. Pera la otra vertiente es siniestra, es la posibilidad de infectar a los otros por una ocurrencia sin fundamento sólido. No estoy dispuesto a matar por defender mis ideas y no vacunarse es ponerse en esa disyuntiva. O así lo veo. La pandemia ha sido un depresión colectiva (un presente negro y un futuro inexistente) y -como otros traumas- estamos dispuestos a olvidarla como si no hubiera ocurrido. Pero esa depresión no se curará si no afrontamos el trauma y es precisamente lo que estamos haciendo, ponernos de perfil. El que no conoce su historia está condenado a repetirla. Y si nos negamos a conocer esta historia, probablemente nos estará esperando a la vuelta de la esquina. No es necesario que nos hagamos científicos, ni siquiatras. Solo tenemos que afrontar la historia en la medida de nuestras posibilidades, y eso pasa por una participación política que acabe con todos los desmanes que los políticos han cometido durante la gran depresión. La del 29 fue económica. La del 2020 ha sido sanitaria. Ambas, por defectos estructurales del sistema. ¿Y la próxima?
El desgarrado. Julio 2024.