» 06-07-2024

Un país de risa 5. La economía

Si algo demostró la pandemia es que nuestra economía capitalista (¡de que otra forma llamarla!) es un castillo de naipes. Un “simple” virus, a mitad de camino entre la química y la biología fue capaz de paralizar el mundo. Y no fue una catástrofe inesperada e inevitable. Se sabía que había traspaso de virus de los animales a los humanos y se conocían otros coranavirus que ya habían producido pandemias anteriores (SARS). Simplemente no se había hecho nada por evitarlo. ¿Por qué? Porque no era rentable económicamente para la industria farmacéutica. No se disponía de equipo de contención (guantes, mascarillas, batas, hidrogel…), porque su fabricación se había deslocalizado o suprimido frente a productos más baratos en el otro extremo del mundo (que evidentemente no disponían de stocks). No se disponía de una sanidad pública adecuada. En USA porque nunca ha existido y en Europa porque está en proceso de privatización, es decir de recapitalización. No existían protocolos de control de la especulación porque en un país de economía capitalista la especulación con material sanitario de primera necesidad es perfectamente legal y la mediación es parte de la cultura del “pelotazo”. 

 

No existían políticos expertos en gestión de crisis sanitarias porque nuestra Constitución no contempla preparación académica alguna para los políticos (como sí lo hace para otras profesiones que además están sometidas a colegiación obligatoria y respeto a códigos deontológicos específicos). Los hogares no tenían ahorros que a modo de caja de resistencia pudieran sostener el consumo-básico-para- la-vida en tanto se encontraba una solución sanitaria (vacuna o tratamiento). porque la economía es un sistema de endeudamiento y no de previsión. Los bancos se pusieron de perfil  no tomando ni una sola medida (créditos, ayudas, subvenciones exacciones, ayudas a la investigación, etc.) que ayudaran a paliar la catástrofe. El mundo financiero hizo lo propio viendo en la crisis una oportunidad de negocio especulativo-comisionista. Podemos resumir que nuestro sistema político-económico no estaba preparado en absoluto para una pandemia, quizás porque los políticos son en sí una pandemia vírica y practican el respeto hacia los colegas. Es más, se podría afirmar que nuestro mundo estaba diseñado político-económicamente para sucumbir ante una situación de ataque por otra economía invasora. Lo de los extraterrestres se hacía verdad pero no en el campo militar sino en el económico. La virus-economía, la economía parásita invadía y aniquilaba nuestra sistema económico  no por su superioridad sino por la extrema vulnerabilidad de nuestro sistema, por su inferioridad manifiesta, No podemos comparar nuestra respuesta con la -hipotética de países no capitalistas (como lo fue en otro tiempo el bloque comunista) porque no hay ningún país en el mundo que no sea capitalista, China y Corea incluidos. Tal como anunció Fukuyama, tras la caída de la URSS, la historia se ha acabado porque el (ultra)liberalismo ha ganado la batalla. y ya no quedan oponentes. Países como Rusia, Corea o China son capitalistas económicamente y social-totalitarios políticamente, es decir, aplica al pueblo lo peor de ambos conceptos. Vistos desde fuera son capitalistas no democráticos. Nuestra economía era monotípica y eso la hacía aún más vulnerable.

 

La pregunta que se habría paso en la mente de un hipotético ciudadano responsable y reflexivo era ¿Cómo era posible que un sistema diseñado para satisfacer necesidades fuera tan torpe. ante el invasor más simple. Cómo era posible que los políticos diseñados para gestionar la economía con el objetivo del bien común fueran tan inútiles. Cómo era posible que un sistema de expertos -millonariamente pagados- que gestionaba la riqueza mundial acumulando toda el capital en sus bancos no hubiera sido capaz de la menor respuesta, de la operatividad más mínima. Cómo era posible que el sistema financiero entendiera la situación como una oportunidad de negocio y se lanzara a la especulación más canalla y la mediación más desaforada? Incredulidad. Esa fue la respuesta. Exactamente igual que ante un trauma sicológico la población acudió a la represión del recuerdo, sepultando la evidencia de la inutilidad del sistema, y la constatación del fracaso de la respuesta. Un mal sueño. Eso era lo que, todos a una, dictaminaron que había ocurrido. Y la terapia era el olvido. Pasar página. No hablar de ello, como si nunca hubiera pasado. Los gobiernos se negaron a hacer cualquier tipo de examen de conciencia que posibilitara conocer lo que había ocurrido, en qué se había fallado. Detectar los errores para evitar su repetición. Los banqueros se subieron el sueldo pues habían resuelto la crisis: ¡la máquina de hacer dinero volvía a funcionar! Otra crisis como esta y podrían jubilarse con las ganancias más extraordinarias de la historia. Y sin embargo la crisis no estaba zanjada (¿intencionadamante?). 

 

Era evidente que no se había hecho nada para investigar y combatir las trasferencias de virus de animales a humanos ni se había controlado una cepa de virus (coranavirus) cuya mutabilidad era su arma para zafarse de vacunas y tratamientos. Era la batalla de David contra Goliat y la onda era la mutación. De la simplicidad máxima contra la complejidad mostrenca del otro extremo de la evolución: el homo económicus. De la máxima adaptación contra la máxima especialización. Y sin embargo el ser humano había triunfado en la carrera biológica precisamente por su inespecificidad, su extrema adaptabilidad. Entre ese momento biológico: la aparición del homo sapiens y el momento actual : el homo económicus, nuestra especie se había enredado en una carrera por la especialización que la había conducido al anquilosamiento y la parálisis. Somos un super-organismo: la sociedad, en el que todos y cada uno estamos altamente especializados como piezas de un reloj, pero que como pollo descabezado no tenemos dirección ni control centralizado. La sociedad, nuestro superorganismo, se ha puesto en manos de gestores/directores políticos, económicos y financieros que no atienden a su papel de gestionar el bien común. Un gigante con pies de barro que no puede competir con la agilidad biológica de un parásito, una seudovida, cuya fuerza reside en su renuncia a la identidad: la mutación adaptativa. Plenos de complejidad, de individualidad no somos capaces de enfrentarnos a lo simple y lo no identitario. Y aquí se acaba la historia de una especie que supo pasar de la máxima adaptabilidad biológica -en 200.000 años- a la fosilización en vida. Nuestra desaparición propiciará que algún tipo de simio -hoy oprimido en su evolución por nuestra presencia nociva- retome la evolución y soslaye los errores de la nuestra: un super-organismo regido por unos gestores políticos, económicos y financieros desviados de su objetivo fundacional: el bien común.

 

A mi también me ha parecido que -culminado por el tono épico vertido- este panfleto debería acabar aquí, pero no era ese mi plan. Simplemente me he venido arriba. “Pero no. No dimito. No me voy Me quedo. Me voy a quedar” (Cifuentes… entre otros). Siguiendo los pasos de nuestros recientes políticos me voy a aferrar a mi púlpito y seguir impartiendo doctrina (Nota mental: si ese iba a ser su argumento para criticar este panfleto, lo siento. Entre bomberos no deberíamos pisarnos la manguera). No está bien tirar la piedra y esconder la mano. Por lo tanto voy a exponer las razones que me animan a denunciar a los gestores de nuestra sociedad -a los que podría llamar rectores, directores o líderes, lo que no haré por que esos títulos, de alguna manera, sugieren el éxito y, evidentemente, no es el caso. Decía que voy a exponer mi idea de la economía que es, en definitiva, mi idea de la dominación. La economía capitalista es un fracaso rotundo . ¡Pues es la única que ha conseguido sobrevivir… y muy bien, por cierto! pensaréis para vuestros adentros. Es cierto, pero sobrevivir no es triunfar… excepto para un sistema de dominación. Podría deciros que cualquier sistema económico es un fracaso pues se basa en la utilidad, en el beneficio. Bienes materiales que -como todo el mundo sabe- son muy inferiores a los bienes espirituales. Es un buen enfoque pero creo que ya la ha agotado la religión, la ética y los cuentos de hadas. 

 

Los bienes materiales tienen mala prensa entre los idealistas pero son absolutamente necesarios para apuntalar la propiedad privada, que es el centro de  la economía capitalista, por lo menos en cuanto enfrentada a la economía comunista que, digamos, no es partidaria. Aunque “no sólo de pan vive el hombre” nuestra civilización no existiría sin el pan (quizás estaríamos menos gordos, pero inexistentes, al fin). Démosle por tanto la importancia que merece. Con todo esto quiero decir que la economía se debate entre la irrealidad y la dominación. Lo importante no es si los bienes son o no materiales (que lo son) sino como se reparten. La economía no consiste en crear riqueza, sino en crear riqueza para todos. Solo hay dos opciones: o somos sociales o no lo somos. Si lo primero, hemos de pensar como especie y no como individuos. Si lo segundo ¿qué demonios hacemos hacinados en ciudades de diez millones de habitantes, pudiendo vivir tranquilamente solos en una burbuja sin un mal libro que llevarnos a la vista ni una mala canción que llevarnos al oído. Estamos locos o qué? Donde estamos es en el punto (tecnológico) que estamos gracias a que somos sociales y como decía Foucault “el hombre es un invento reciente”. No se puede ser social para unas cosa e individual para otras como hacen los bancos: “Privatización de los beneficios y socialización de las pérdidas”. Esa preponderancia de unos individuos sobre otras en una situación social es lo que se suele llamar: dominación. Resumen: no se puede llamar economía a crear riqueza para unos pocos. ¡O jugamos todos o rompemos la baraja! Grito revolucionario donde los haya. 

 

La clave del éxito del capitalismo se llama motivación. Para un animal la satisfacción de las necesidades vitales y el esfuerzo por conseguirlo, se equilibran perfectamente. Pues el animal no prevé el futuro y por tanto no imagina un futuro catastrófico en el que la satisfacción de las necesidades no será posible (nosotros lo imaginamos pero no nos lo creemos). Y a pesar de no creérnoslo, acumulamos en previsión de un futuro proceloso. Los excedentes rompen el equilibrio y las necesidades colmadas en exceso se convierten en gratificaciones (seguridad, lujo, gula.)… Esas gratificaciones futuras nos empujan a hacer por acumular. Con la invención de la herencia -tras haber fracasado en el intento de llevarnos al otro barrio lo acumulado, como demostraron los saqueadores de tumbas- los bienes se convertían en gratificación para nuestros más allegados, es decir rentabilizaban el esfuerzo, de cualquier manera  Mejorar, vivir mejor, se convierte en el motivo de nuestra existencia. y con gran lógica pretendemos que -en justicia- lo que acumulamos nos pertenezca, nadie nos lo quite y sirva para nuestro exclusivo disfrute: la propiedad privada. Es el egoísmo biológico, el instinto de supervivencia más básico: lo que cazo es mío, es mi posibilidad de vida. La maternidad resquebraja este egoísmo básico pues la madre caza para sus crías desvalidas prendiendo la mecha de las virtudes sociales: altruismo solidaridad, empatía,  generosidad. Pero el esquema motivacional está ya constituido. La mejora de nuestra vida y de la de nuestros allegados presentes y futuros pasa por el impulso de acumulación y la defensa de lo acumulado. El tío Gilito será la culminación. 

 

Pero no nacemos iguales y nuestras posibilidades de acumular no son las mismas. El azar marca nuestros genes pero también las circunstancias de nuestra labor acumuladora. La desigualdad es una situación de hecho, el pecado original. Las incipientes virtudes sociales empujan a compartir a ayudar a los menos favorecidos. Eso supone que la motivación a acumular original debe mudar a una motivación de producir para ayudar, para repartir: la generosidad. Pero ese desvío de la motivación original individual socava el rendimiento de la motivación, el anhelo de gratificaciones. La economía se erige en la ciencia que estudia el máximo rendimiento de la motivación, el máximo impulso de acumulación. Sea para lo que sea, la acumulación se debe optimizar. Todos esos excedentes no aplicados a la igualdad se convierten en objeto de deseo para una facción de la sociedad: los desigualitaristas: caciques, sacerdotes, chamanes, se erigen en poseedores “naturales” del exceso arrebatado al pueblo mediante impuestos (directos, indirectos y mediopensionistas), diezmos y primicias, dádivas, caridad, homenajes, etc. La economía se pretende imparcial cuando es el catecismo de los desigualitaristas. El tema del reparto de la riqueza se exporta a otra clase de desigualitaristas: los políticos, los autopostulados ajusticiadores del (los que meten en justicia al)  bien común. 

 

Este es ya un esquema completo con egoísmo supervivencial, riqueza (excedentes), motivación (ambición), virtudes sociales (altruismo, generosidad, solidaridad, empatía), desigualitaristas (caciques, chamanes y políticos), economía (las reglas del juego) que solo sufrirá pequeños ajustes con la historia (aunque de enormes consecuencias). La distinción de lo que, posteriormente Marx llamará “valor de uso” y “valor de cambio”, es la primera. La riqueza se puede producir (contabilizar) no por el aumento de excedentes sino por el aumento del valor relativo de los mismos. El comercio traslada a donde son escasos los bienes que abundan en otros puntos. Eso añade valor (de cambio) a los bienes. Es el propio comercio el que tiene que inventar el dinero (el equivalente universal del valor) para dinamizar el intercambio. Si estáis pensando que el comercio es especulación, acertáis. Y no sólo eso sino también invención de riqueza ficticia no producida materialmente. Previamente al comercio dinerario, el cambalache de objetos había debido definir la mercancía (el equivalente universal del intercambio mercantil), aquello que va al mercado. Posteriormente aparece la burguesía que si se define por su presencia en los burgos (ciudades) bien podría haberlo hecho por el comercio. No son ni agricultores (productores de alimentos) ni artesanos (industriales de útiles), ni (soldados: productores de obsolescencia programada vital). Es la clase de los comerciantes, los que especulan con las mercancías y el dinero. Ni que decir tiene que no producen bienes materiales sino valor. En la revolución industrial los artesanos se convierten en industriales plenos, pero no han desarrollado el control del mercado y del dinero, que sí han desarrollado los burgueses, y son desplazados por estos en la promoción de la incipiente industria. Aparecen nuevas mercancía a añadir a las existentes (bienes y dinero): la fuerza de trabajo, la maquinaria (medios de producción), todas ellas mercancías por que son equivalentes universales del intercambio mercantil. 

 

La explotación laboral (la apropiación de la  plusvalía que el capital hace del trabajo) no permite que el trabajador acceda a la categoría de consumidor. El capitalismo da un primer golpe de timón, aplica una cierta justicia social  (esa que ahora niega Milei) y sube los salarios para que los trabajadores consuman los bienes que producen. Es obvio que sólo desde la plusvalía y la posesión de los medios de producción esta operación es rentable. Pero con el tiempo el consumo de los trabajadores no es suficiente para las ambiciones del enriquecimiento de los capitalistas. Primero se produce la fetichización de la mercancía que pasa a no satisfacer necesidades sino deseos. Para ello se crea la publicidad como potenciador del consumo mediante la creación de nuevas necesidades y de deseos ajenos a la necesidad. Estamos en el consumismo. Al valor de uso y de cambio se añade el valor de cambio simbólico. Pero aún debe sufrir la mercancía otra transformación: en signo de distinción, en valor diferencial social, en valor de icono (Baudrillard). El marquismo, no como garantía de calidad sino como garantía de distinción de clase. Finalmente se produce la limpieza del campo, de competidores que sin ser importantes impiden el monopolio de la mercancía: la aniquilación de la artesanía, del comercio minorista y del comercio físico, a pie de calle que junto a la absorción del arte supone el monopolio de las multinacionales: estados dentro de los estados (como Madrid para Diaz Ayuso). Una vez globalizado el comercio (que no quiere decir que el comercio se extienda al mundo sino que el mundo es la tienda de las multinacionales del comercio: es absorbido por ellas. La Europa sin fronteras para trabajadores y capitales es un buen ejemplo. Las multinacionales deciden en donde pagar impuestos e imponen sus condiciones a las naciones destinatarias, es decir crean sus propios paraísos fiscales, que ya no son estatales sino mundicomerciales. Los tratados comerciales oprimen a los estados en favor de los grandes estados comerciales (dominados por sus multinacionales). Los derechos de autor se regulan (se convierten en mercancía) de modo que recaigan (se concentren) en las citadas mundiempresas (Stiglitz). ¡Esto, señoras y señores es la economía!

 

Pero -tras esa historia general- no me resisto a comentar algunos de sus mecanismos y prácticas, por si no os habéis dado cuenta, aunque seguro que los habéis sufrido. La economía ha hecho de la especulación su “late motiv”, su esencia. He citado el comercio como el origen de una práctica que consiste en crear valor sin producir bienes. Esa práctica se llama especulación. Desde la invención del comercio, es decir desde que dos pueblos se encontraron en son de paz e intercambiaron cromos -a falta del habitual reparto de hostias- la economía no ha sido sino la invención (por no decir ocurrencia) de sistemas de añadir valor sin producir riqueza física. Explotar los recursos naturales, las materias primas, eso es de patanes, de aprendices, de primero de Especulación. Lo maravilloso es hacer magia, hacer aparecer la riqueza donde no existe, inventarla… ¡y que sea creíble! No tendría sentido si no se la creyera nadie. Flotar sobre un mar de suposiciones, construir con humo. Como decía aquel: es la ley del 10%: compro a diez, vendo a cien, y con ese 10% voy tirando”. Mediaciones, corretajes, comisiones son un derecho de paso: por el mero hecho de pasar por las manos del intermediario, pagas peaje. 

 

Los bancos viven de las comisiones. Su negocio es prestar dinero que no es suyo (en primera instancia. Finalmente lo acaba siendo). Son por tanto gestores. En su origen compraban a los ahorradores el uso de su dinero (depósitos les llamaban para enfatizar que se aportaba  de forma voluntaria) -mediante el pago de unos intereses- que posteriormente prestaban a quien lo solicitara (y demostrara que no lo necesitaba, de ahí la leyenda de que sólo prestaban dinero a quien no lo necesitaba… lo que no es cierto. Prestan a todo aquel que puedan esquilmar), por unos intereses sustancialmente más altos. “… y con ese 10% van tirando”. En la actualidad han perfeccionado el sistema y en vez de pagar a los ahorradores por sus depósitos… les cobran, como si que te prestaran dinero fuera oneroso. Para que no corra la voz de esto último, al cobro le llaman… ¡comisiones! Naturalmente existe un riesgo de que no te lo devuelvan y para regularlo el Estado exige que resten unos fondos intocables (apalancados) con el que poder responder por los créditos no cobrados. Obviamente en caso de error general de cálculo o coyuntura catastrófica los depósitos no se pueden devolver y se produce la bancarrota (como su nombre indica). Los bancos no responden a su responsabilidad de devolver los depósitos a sus propietarios (se han gastado los beneficios en pagos millonarios a sus empleados más significados y en recompensar a sus accionistas; quizás en financiar partidos políticos). El estado ha habilitado un fondo de garantía que -infradotado- no puede hacer frente al pago de depósitos. Por lo tanto: “Santa Rita… lo que se da no se quita”. 

 

Para evitar la revolución, el Estado rescata al banco según la fórmula: “demasiado grande para caer” y provee los fondos para pagar a los depositarios, según la fórmula: “privatización de beneficios, socialización de pérdidas”. Finalmente otro banco se queda el quebrado (pero rescatado) por un euro (precio estándar), según la fórmula: “a rio revuelto, ganancia de pescadores”. Los gestores del banco no tienen ninguna responsabilidad por su gestión fallida, como si los ciudadanos tuviéramos dinero de sobra para pagar con nuestros impuestos la imbecilidad delictiva de su actuación. Ante la eventual retirada masiva de depósitos (de un banco que hace aguas) se puede dictar un “corralito” que consiste en limitar las retiradas de depósitos a una cantidad asumible para el banco, habitualmente ridícula. Se trata de evitarlo, porque no está bien visto. El apalancamiento es el primer dique de contención -cuando las cosas van mal- y es por ello que los bancos tratan continuamente de rebajarlo (le llaman desregularización). Fue una de las causas de la crisis de 2008 que se llevó por delante varios bancos y cajas. Los bancos se dividen en bancos de depósitos (cajas de ahorro) y bancos de inversión (bancos especuladores). Los primeros no especulan y por tanto su posibilidad de quebrar es remota. Los otros… lo otro. Poco antes de la crisis del 2008 la norma que impedía a las cajas de ahorros se derogó (desregularizó) para que pudieran especular y por eso “la caixa” se llama ahora caixabank. Evidentemente la función social de las cajas se enterró. ¿Donde está la invención de riqueza? os preguntaréis. Pues en que el dinero de los depósitos figura en dos sitios a la vez y por lo tanto ha doblado su presencia en el mercado. Añadiremos más cuando hablemos de los créditos y la deuda.

 

Otro juego de manos se produce con las hipotecas. La hipoteca es acceder a la propiedad de un inmueble antes de pagarlo. No es una cuestión contable sino de propiedad. El hipotecado tiene a la vez el bien y su precio aunque medie una promesa de pago que debe ser cumplida en un pequeño plazo de entre 10 y 50 años, se cumple a rajatabla la ley contable. La deuda está avalada (¡con suerte! en otro caso se exigen abales adicionales) por los futuros ingresos del hipotecado, es por lo tanto un crédito. El beneficiario se ha gastado un dinero que no ganará hasta dentro de años. Un seguro de vida garantiza el pago para cerrar el círculo. La nota en el registro garantiza que si el inmueble se vende la deuda forme parte del precio, pero mientras tanto es como si al sujeto le hubieran pagado ahora ,el sueldo que ganará mañana (dentro de 25 años). ¿Es o no riqueza disponer de un piso a cambio de una promesa de pago y un seguro? La contabilidad actúa aquí como la antimateria con la materia. Un bien real (y nunca mejor dicho) se contrarresta con una promesa de pago virtual… contablemente. La nada se ha “dividido” en un bien y una deuda. Los préstamos, los créditos, los anticipos,  siempre funcionan así. El capital circulante aumenta sin que aumente la producción de riqueza, y si hay más capital circulante es “como si “-en conjunto- fuéramos más ricos. 

 

Es también el mecanismo de la deuda pública, pero en este caso es el Estado el que se endeuda. ¿Pero con quien se endeuda el Estado? Con quien quiera comprarle títulos de deuda pública, que no es sino un préstamo al Estado bonificado con unos intereses. De esta manera el Estado dispone de unos fondos (riqueza) que  pagará en el momento en que venza el título, pero que puede ser renovado eternamente. Es como un alquiler: dispone del capital, por el alquiler (los intereses). Este circulo ¿vicioso? sólo se interrumpirá si se interrumpe la adquisición de títulos, es decir si los futuros acreedores desaparecen. Es el caso de las crisis, en las que los acreedores creen prudente no prestar dinero al Estado hasta que la situación se aclare, es decir, se tenga la confianza en la solvencia del Estado. Lo que compra el Estado con la deuda es dinero a cambio de títulos de reconocimiento de deuda (que hacen el papel de bienes). Y si la demanda de títulos baja, habrá que subir el pago por el dinero (los intereses) para hacerla más atractiva. La ley de la oferta y la demanda lo mismo funcionas en la compra de bienes por dinero que al revés. La cuestión es que esa división de la nada en dinero y promesa de pago hace que el capital virtual sea -según los expertos- 4,5 veces el capital real. ¡Vivimos en una economía en que la riqueza virtual está tan inflada respeto a la riqueza real, que es imposible que se produzca el equilibrio! Por tanto vivimos en una economía de ficción, inestable, fluctuante. 

 

El dinero es hoy también una ficción (y de ahí las criptomonedas). El valor de la moneda era automático: el valor de su peso en metal precioso, su valor intrínseco. Con los billetes la cosa varió. El billete era un pagaré contra el oro depositado en el Banco central. En los años setenta el patrón oro se cambió por el patrón dólar, que era cambiar un pagaré por otro, por muy sólido y estable que fuera. Pero todo este sistema tenía un enorme inconveniente para los gobiernos: les impedía usar la máquina de imprimir dinero (aunque su uso nunca es impune). Finalmente se dejó la moneda fluctuar encomendando al mercado que marcara el valor de las monedas de acuerdo con su confianza en ellas. La palabra confianza abrió la caja de Pandora de las criptomonedas: monedas de valor certificado por un procedimiento de transparencia que reflejaba todas las transacciones (y de modo indeleble) de modo que operaba como el registro de la propiedad. Era un sistema perfecto pero no el más conveniente para los gobiernos que perderían de ese modo el control de la máquina de imprimir billetes. Por lo que le dieron la espalda. 

 

El mercado de divisas opera como la bolsa: el mercado determina la confianza que tiene en el valor de una moneda y hasta cierto punto de su evolución inmediata. Evidentemente la máquina de imprimir billetes es una manera ficticia de crear riqueza que a largo plazo se desmorona en inflación galopante, pero para apañar desajustes puntuales es el salvavidas de los gobiernos. El gobierno de Franco utilizó las devaluación de la moneda (reducir su valor de cambio con otras) para mejorar internamente nuestra economía: los precios bajaban con respecto a otras monedas y nos convertíamos en un país más atractivo para exportar y para visitar. Por contra las importaciones y las visitas al extranjero eran más caras lo que acentuaba nuestro subdesarrollo y nuestra penuria I+D. Fue otro confinamiento determinado por otro virus letal. Que el procedimiento no funciona lo muestra el que esas devaluaciones eran periódicas. Se convirtieron en una forma de seudoeconomía. La moneda única europea acabó con esta práctica y favoreció a los países más ricos pues los desajustes monetarios deben ser corregidos mediante otros procedimientos: control de salarios, aumento de precios. Argentina (país empeñado en demostrar que la economía de los recursos naturales no es es hoy nada respecto a la economía virtual) lleva  décadas haciendo equilibrios con su moneda, sin lograr ajustarla nunca al dólar, que es la moneda oficiosa (e ilegal) del país. ¡No sufáis argentinos. Milei os salva fijo!

 

La bolsa es otro de esos arcanos difíciles de entender pero que desde la manipulación del valor tiene perfecto sentido. Las acciones (el comprobante de que se poseen participaciones en el capital de una empresa) varían continuamente en el tiempo (así se llama el mercado en que se comercializan: continuo) pero no son el valor de una empresa que sustancialmente permanece en su fisicidad, son el valor de sus posibilidades, de su capacidad de ser deseada por muchos, de su cotización. Las acciones no reflejan el valor permanente de la empresa sino en cuanto  son seguras, sólidas, ágiles, y por tanto con potencial de ser deseadas por los inversores que ven sus ganancias en ellas cuando vendan lo que ahora compran. Comprar barato y vender caro: la ley natural del comercio. Es como si a los valores citados: uso, cambio, cambio simbólico y signo añadiéramos otro más: el valor de deseo (científico), y si la demanda de acciones deseables sube, el valor de deseo sube también. La bolsa solo es entendible en un mercado especulativo. Nadie apuesta por un caballo por su peso en carne o su precio de compra o el valor del seguro. Se apuesta por su capacidad -en ese instante- de ser el mejor, de ganar. Mezclando ese precio de deseo, la compra a crédito y el seguro, se pueden hacer maravillas. El crack del 29 se produjo porque la buena marcha de la bolsa hizo que las compras a crédito se dispararan . Cuando la bolsa bajó los inversores perdieron más de lo que tenían. Se puede asegurar una operación contra la pérdida de valor de modo que si las acciones bajan, ganas dinero (el del seguro). 

 

Los mercados de futuros  apuestan por los precisos (de materias primas) a determinado plazo. La palabra que se repiten son futuro y apuesta, y “juego” es la palabra que define las inversiones en bolsa. El Karma que hacía de la bolsa un lugar de rentabilidad segura para el dinero por cuanto la bolsa siempre subía históricamente, se acabó cuando los inversores -que no estaban dispuestos a esperar meses a que los precios variaran sustancialmente- decidieron realizar inversiones instantáneas, de horas, tomando como unidad la jornada y no el año. Se compra y se vende con una bajísima rentabilidad pero diaria. Esta manera de actuar sólo es posible por el mercado continuo en internet (antes solo los profesionales podían comprar y vender acciones). La cuestión está en que se comen la rentabilidad a largo plazo que es donde está el ahorro de los trabajadores cumpliéndose el vaticinio de que el dinero que es de papá (capital) ha de volver a papá.

 

El desgarrado. Julio 2024.




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