» 07-07-2024

Un Pais de risa 8. Política.

A los pocos meses de llegar a Cubelles hubo elecciones municipales (28/05/23). Por eso habían empezado las obras del paseo. Las obras figuraban en el programa electoral de la alcaldesa y justo antes de que sonara la campana empezó las obras para no incumplir su promesa electoral. Tampoco era ajeno a la estrategia el que los camiones evolucionaran al son de la música en el carrusel de la actividad eficiente. ¡Aquí las cosas se mueven, el pueblo avanza, los políticos (algunos) cumplen! No es fácil explicar como unos magníficos seres -los mejores de la comunidad- comprometidos con el bien común y dispuestos a sacrificarse por él se convirtieron en los parásitos que son hoy. 

 

El problema reside en que tenemos tendencia a pensar que las cosas que siempre habían ido bien, un día se torcieron. Creemos en la bondad primigenia general y nos resistimos a aceptar que la dominación es la norma y la igualdad su corrector posible. Es el modelo del paraíso terrenal al que no es ajeno el creacionismo: si el universo es la obra de dios no puede ser que fuera originalmente “malo”, tenía que ser intrínsecamente bueno. La maldad la trajo el pecado original, las acciones de un ser humano descarriado de su destino divino. La imagen platónica de la pareja humana como una desarticulación de una unidad original perfecta, irremisiblemente rota y que ahora nos afanamos en reconstruir, recuperar, es un ejemplo perfecto de este idílico pasado. Por otra parte -desde el punto de vista evolucionista- no se puede caracterizar nuestro pasado como negativo, pues una acumulación infinita de negatividades no podría haber convergido en un mundo que -a todas luces- parece maravilloso (no para los seres humanos). El problema está en nuestro juicio, en nuestra manera de caracterizar las cosas como buenas o malas. 

 

Bueno o malo es un concepto relativo a la situación que juzgamos. Lo que es bueno para unos o en un tiempo, es malo para otros o para otro tiempo. Son adjetivos, predicados (lo que se afirma del sujeto). El bien y el mal  no son sustantivos (sujetos de los que se predica), no son absolutos. Cualquier tiempo pasado no fue mejor ni fue peor. Fue distinto. Pero ese relativismo absoluto (con perdón) nos conduce a la parálisis y así establecemos ideales que son metas, destinos, situaciones en las que pensamos que es mejor estar. ¿De donde sale esa evaluación, esos ideales circunstanciales? De la razón, de la evaluación de los pros y los contras, de la determinación de lo más conveniente, lo que más conviene. Y si la razón es el mejor camino (frente a la intuición, el instinto, el deseo, la revelación…) es porque es el mejor mecanismo que tenemos para anticipar el futuro, porque los ideales solo pueden situarse en el futuro. Pero todo esto no responde a por qué un ideal es preferible a otro. Distintos ideales producen distintas ideologías que entran en conflicto. Y la política es el establecimiento formal de esos ideales. Cuál es el mejor ideal sólo se puede determinar por consenso, es decir, el mejor ideal es el que es mejor para más gente. Es una cuestión práctica: es el ideal con menos contestación con menos disenso, el que suscita el acuerdo más general. ¿Y como se mide ese acuerdo? Para la democracia: consultando al pueblo, en definitiva votando. Para otros sistemas el pueblo inculto, no preparado, no informado no puede ser garantía de la elección de los mejores ideales y debe ser representado (sustituido) por los realmente preparados: los fuertes … si el medio para alcanzar el ideal es la fuerza, los sabios si es la sabiduría, los ancianos si es la experiencia, los nobles si es la nobleza. En una palabra los adecuados al ideal… entre los que se postulan para ello. Volvemos al tema de la elección. Es una cuestión de prueba y error: repite el que lo ha hecho bien, de nuevo decidido por consenso, simplemente para conseguir la menor contestación, la menor oposición.

 

Ya tenemos un esquema de cómo y por qué se produce la política. La democracia no es el mejor sistema de elección de ideales, sino el que menos oposición concita, el que satisface a más gente. ¿Por qué es el consenso el que decide? Porque en última instancia es el pueblo el que tiene el uso de la fuerza desproporcionada frente a los políticos que (por la propia definición de representante) son minoría. El número de descontentos es determinante. La revolución es la última palabra y pertenece al pueblo. El precio del mal gobierno es la vida. Así debió ser en los primeros tiempos y así es entre los chimpancés (De Vaal). Es esa la presión que el consenso efectúa sobre los políticos, la amenaza de la fuerza desatada del pueblo. Según la conocida frase de Churchill (pero que pertenece al acervo popular) se puede engañar a pocos por mucho tiempo o a pocos por mucho tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo. Solo hace falta añadir: tic, tac, tic, tac… 

 

La tiranía, la dictadura -más allá de si es ejercida por uno o por muchos (oligarquía)- es el ejercicio del poder (el gobierno) sin consenso, imponiendo la voluntad del tirano (no lo olvidemos en la elección de ideales, previsiblemente espurios) por la fuerza de las armas, de la retórica/engaño, de las alianzas con grupos de presión, con la tecnología, etc. Pero en esta ecuación hay algo que chirría: el consenso es privilegio del pueblo que -por definición es ignorante e inculto- ¿Qué podría fallar? En efecto, el principal ejercicio de los políticos (el más fácil y el más rentable) es engañar a un pueblo que se presenta como fácilmente manipulable. Sobre la elección de ideales y sobre el grado de cumplimiento de estos -que son los dos elementos que necesitan el consenso- sin el que las masas pueden cobrase su vida. Y ello con una batería de medidas realmente apabullante: lingüísticos (cambiando las palabras y los conceptos), éticos (manipulando los ideales), lógicos (tergiversando la verdad), históricos (cambiando el pasado), matemáticos (pervirtiendo las cuentas), experienciales (desvirtuando la experiencia), políticos (mediatizando las elecciones, confundiendo los conceptos y las prácticas), etc. La corrupción de todo tipo (que no solo de dinero vive el hombre) ha llegado a tal extremo de generalización y de omertá (los que no son corruptos son cómplices con su silencio) que el único ideal viable hoy por hoy, es que los políticos desaparezcan. ¿Es imposible? En todo caso habrá que escoger entre lo “imposible” y lo inútil. 

 

La política (como su nombre indica) se origina en la ciudad (polis). En el mundo tribal hay chamanes, caciques y cabecillas, pero no existen ideales. El pasado y la tradición se sobreponen al futuro que es entendido como destino, más fácilmente conocible por adivinación que por la razón. Es una sociedad familiar, en el que todos se conocen, en la que el parentesco es el aglutinante y las leyes son costumbres familiares. Lo bueno para la familia es lo bueno para el pueblo. El idealismo es la continuación de la cohesión social por medios no parentales, singularmente las afinidades de ideas y de pensamiento. Es decir, sólo se pudo superar el grupo tribal-familar (de hasta doscientos individuos) cuando apareció un vínculo ideológico capaz de aglutinar grupos mucho más numerosos que los familiares. Es el paso de la consanguinidad, los vínculos de sangre a la ideología: los vínculos ideológicos, la hermandad de las ideas. Es también el tránsito de una sociedad patriarcal a una sociedad política y de la tribu a la ciudad. La ideología permite la cooperación en obras comunes de muchos más ciudadanos que en la situación tribal, lo que significa progreso. 

 

Poder es potencia de dominar. La jerarquía militar implica que existe una escala de dominación, una escala de poder. Si algo se evidencia cuando se tienen que coordinar esfuerzos, cooperar, es que no pueden mandar todos. Se debe establecer -on orden a la eficacia- una jerarquía de mando. Es entonces cuando la propuesta de ideales se evidencia como necesaria y aparecen los postulantes, los que se ofrecen para ordenar los destinos de los ciudadanos. Y “naturalmente” se adjudican el puesto más alto de la jerarquía de mando, junto a militares y chamanes. Hay que coordinar los esfuerzos conjuntos para alcanzar los ideales propuestos por los políticos a los ciudadanos, por un futuro mejor. El poder político, de organizar la sociedad, se consolida, a veces aliado con el poder militar y otras con el religioso. Durante mucho tiempo se confundió con el poder militar. La monarquía (el mando de uno) lo mismo es aplicable al cometido miliar que al político y fue la institución de gobierno primigenia en la sociedad política (ciudadana). Y así queda prefigurada la política y el poder que le subyace, con su grandeza evidente y sus muchísimas miserias. 

 

El sistema representativo es un sistema de muñecas rusas (matrioskas). Se trata de ir anidando estamentos hasta que la relación entre la masa representada y el representante máximo sea arbitraria. El sistema se llama de compromisarios y consiste en que se produzca una pirámide de representantes que recorra el espacio existente, de todos a uno, con el mayor número de pasos posible. Dice la Constitución que el voto es directo pero no es así: votamos la lista de un partido (1). Ese partido tiene unos militantes que no han votado la confección de esa lista sino que han escogido una asamblea (2) general que ha encargado a unos expertos (3) la confección de esa lista. Las listas son cerradas (solo están los que están) y bloqueadas (en el orden establecido), es decir blindadas. Una vez contados los votos, para el reparto de escaños se aplica una ley de proporcionalidad (4)  que desvirtúa lo que los votos habían determinado, favoreciendo a los grupo más votados. Ya tenemos por fin los políticos que forman el Parlamento cuya composición de nuevo establece reglas como número mínimo de votos para acceder (5) o para para formar grupo parlamentario (6). Por otra parte existe otra cámara formada considerando otra manera de ordenar los votos -territorialmente- (7) lo que supone una nueva elección entre las formas de ordenar los votos, que a su vez tienen nuevas normas de constitución, etc. Previamente a el nombramiento del jefe del Estado el rey o el presidente del Parlamento (elegido por acuerdos entre los partidos) es el que propone los candidatos y por tanto mediatiza la elección (8).  El número uno de la lista ganadora al Parlamento no necesariamente gobierna pues las alianzas permiten gobernar a quien tiene más apoyos dentro de la cámara (9) entre los parlamentarios). Una vez determinado el líder máximo éste escoge su gobierno (10) sin tener que ajustarse a los parlamentarios. Por otra parte escoge también a una serie de asesores externos a las urnas (11) que serán los que marcarán las directrices. ¿Seguro que esto es voto directo? Hemos pasado por once instancias que -cada una a su manera- son elecciones parciales de representantes que finalmente determinarán el gobierno. Un sistema de cribado que garantiza que el resultado se ajuste a lo que los partidos dictaminan. 

 

Pero antes de votar se han producido una serie de operaciones que mediatizan las elecciones. Los partidos son mecanismos cazavotos que funcionan a punta de encuestas, es decir de sondear al electorado para conocer su intención de voto y -evidentemente- torcerlo mediante las estrategias de campaña. El gobierno puede determinar las fechas de las elecciones, por supuesto de acuerdo a sus expectativas electorales. Mediante la propaganda electoral intoxica la opinión mostrando una realidad que no es. Además el gobierno dispone de la posibilidad de hacer propaganda institucional en favor del partido de gobierno… lo que no está permitido, pero se hace. La publicación de encuestas segadas desvirtúa el panorama real induciendo a engaño a los votantes. Luego están los programas electorales en los que los partidos exponen sus intenciones. Naturalmente se trata de burdas promesas, perpetuamente incumplidas, que se complementan con promesas hechas en caliente estratégicamente vertidas en campaña. Dado que la financiación de los partidos podría ser una fuente inagotable de recursos, se limita escrupulosamente (con parcos resultados prácticos) lo que permite a los partidos acudir dopados a las elecciones llenando estadios, fletando autocares, comprando espacios de propaganda e inundando de merchandising las calles. Controlar el Tribunal de cuentas y los tribunales ordinarios es otra manera de evadir la legalidad. Publicar encuestas y hacer campaña el última día (de reflexión) es la última oportunidad de sesgar el resultado. Todo este tinglado se produce cuando el procedimiento es razonablemente limpio. Porque los partidos inciden muchas veces en él para sesgarlo a su gusto.  El pucherazo (muertos que votan, urnas violadas, recuentos fraudulentos, interventores-inventores, voto por correo y en el extranjero…). En fin, la posibilidad de que unas elecciones reflejen la opinión popular es remota.  

 

Nuestra democracia no dispone de mecanismos de democracia directa, es decir el pueblo no incide directamente en la cosa común. Tanto el referéndum como la iniciativa popular no son vinculantes para el gobierno, que tras poner innumerables trabas se reserva la última palabra. Los electores no tienen parlamentarios adscritos a los que puedan dirigirse para hacer oír su voz. De hecho durante la legislatura el pueblo no existe. El silencio de los corderos. Las asociaciones de vecinos o de electores no tienen existencia (políticamente no existen). La política gremial es folclórica. El resultado es que el único canal de participación del pueblo en la política es el voto, que como hemos visto está totalmente mediatizado. El voto no permite opinar solo permite escoger a un partido político, no se puede considerar pues que sea una “participación”. Ese partido político expresa sus intenciones en un programa político que es indicativo, a jugar por el bajísimo nivel de cumplimiento. La impotencia de los políticos es generalizada: siempre quieren pero no pueden. A eso se reduce la “participación” a escoger un partido político que podrá aliarse con quien le plazca incluso “contra natura” es decir con facciones políticas incompatibles. No hay ninguna diferencia con realizar la selección de los representantes por sorteo. 

 

Comparado con cualquier institución operante en nuestra sociedad la democracia es la reunión de tahures, delincuentes, abusones y tramposos más grande jamás formada, con visos de gang y asociación criminal. El sistema de partidos nacido para aglutinar ideas comunes en grupos de presión eficaces, es hoy otra cosa: profesionales de la política. La política es para ellos un medio de vida, una forma de ganarse el pan (con jamón ibérico, en su caso). Sus objetivos prácticos inmediatos son como los de cualquier trabajador: la seguridad en el empleo, un buen salario y trabajar lo menos posible y con la menor responsabilidad. Pero respecto a un trabajador común tienen múltiples ventajas: legislan, lo que significa que sus condiciones laborales (salario, horario, seguros, cotizaciones sociales, economatos, coches oficiales, dietas, ingresos complementarios) son fijadas por ellos mismos. Son la patronal y los trabajadores a la vez. ¿Qué puede salir mal? 

 

Pero el poder de legislar también significa que se autoeximen de cualquier responsabilidad, escogen el tribunal que los juzga, controlan las amnistías y los indultos, la (des)información sobre sí mismos, nombran a los jueces, etc. Ser político no es un trabajo, es un chollo, lo que conduce a que el poltronismo: el puesto de trabajo por delante de todo, sea su principal cometido: su trabajo es perpetuarse, convertir en vitalicia una situación que para el resto de los mortales es eventual (y para algunos: eventualísima) y que la democracia contempla como periódicamente renovable. El turno de partidos en el poder quiere decir que los partidos que no están en el poder solo tienen el salario de parlamentarios, consejeros o concejales. Eso es insuficiente y para remediarlo se crea el pluriempleo (las incompatibilidades son de risa). ¿Cómo lo resuelven? Creando instituciones que solo sirven -al amparo de supuestos cometidos esenciales- para alimentarlos: Senado, Diputaciones, Cámaras de comercio, Consejos comarcales, Tribunales consultivos, etc. ¡Hay que mantener el banquillo preparado para cuando suene el silbato y empiece el partido. Para que luego digan que los políticos no tienen listas de espera!

 

Y todo lo expuesto es la estricta legalidad (corruptelas incluídas). Porque muchos deciden que hay que meter la mano en el tarro de los caramelos y se dedican a la corrupción. ¿Por qué lo hacen? -aparte de por vocación natural de delincuentes- no es difícil de explicar. Porque se han procurado la impunidad mediante: la legislación que los exime de responsabilidad en todos sus cometidos; el aforamiento que somete sus fechorías a un solo tribunal: el Supremo, controlado por los partidos políticos; las instituciones de la amnistía y el indulto cuyo fin -dado su aplicación- parece exclusivamente destinada a su servicio; la omertá, pacto de silencio que hace que ningún político denuncie a los corruptos, (compañeros, al fin) en un encubrimiento tácito. El principal objetivo de la corrupción es la financiación ilegal de partidos: donaciones a cambio de favores, dopaje de las campañas, manejo de dinero negro, pitufeo, sobre-cogimiento, pero hay otras formas: la gestión urbanística: leyes sectoriales (Costas, Aguas, Puertos, Carreteras, etc.), calificación y recalificación de terrenos edificables, concesión de licencias de obras fraudulentas, incumplimiento de derribos dictados por los tribunales, etc. Las concesiones administrativas y los contratos también gozan del favor de los corruptos que los conceden con tasas que varían entre el 3% y el 20%. El fraude electoral también es goloso. El despilfarro (invertir en fines innecesario o superfluos), malgestionar los recursos (Guindos perdió 100.000 millones con  el rescate de los bancos y el banco malo), gastos pro-electorales y campañas gubernamentales, etc. 

 

En fin, este crudo panorama y el desfile, por los medios de comunicación, de políticos encausados por todo tipo de trapacerías, ha producido una desafección entre el pueblo y los políticos que ha convertido nuestra democracia en una caricatura, a lo que ayuda sobremanera la crispación política que no es sino la manifestación de lo contrario de lo que debe ser la política: diálogo. Creo que la entienden como el debate llevado a la máxima expresión: el alarido del debate. La ultraderecha no ha irrumpido en el Parlamento por la buena función de los partidos fascistas, sino por el hastío y el cabreo del electorado, que sabiendo como sabe que su voto no sirve para nada, lo pervierte. ¡Angelitos!

 

El desgarrado. Julio 2024.




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