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» 20-02-2020 |
Bien. Lo único que se me adviene ante este curso es el estupor. Es la tercera vez que el MACBA “discursea” sobre los noventa (1918, 1919) . Es evidente que piensa que en los noventa pasó algo que no se produjo en otras décadas. Lo enfoca desde distintos ángulos, lo escruta, pero no parece que encuentre una respuesta. Quizás porque lo que busca no existe. El análisis desde el capitalismo o desde el marxismo no parecen, hoy, de recibo, pero esa es su vía. Ni siquiera las leves referencias a las micropolíticas de Foucault (ese fin, no de los grandes relatos sino de las grandes acciones) producen los resultados apetecidos. La ponente ni siquiera mantiene posiciones dogmáticas (docentes). Se conforma con proponer disyuntivas (con, contra) en las que confiesa que no cree. Su posición es la de la filosofía de la diferencia, de la antimetafísica del fin de siglo pasado y sin embargo la palabra metafísica no surge nunca.
Pensar el arte desde el activismo cuando lo que está ocurriendo en el mundo es la muerte de un paradigma (la metafísica) que ha durado 25 siglos es como plantearse la revolución francesa como algo que tiene que ver con el sexo de los ángeles. Es imposible pensar el fin de siglo sin abordar el problema del cambio de paradigma de la metafísica a la cibernética. No estamos en otro cambio más. Estamos en un cambio estratosférico. Un cambio que lo impregna todo, que lo barre todo. Poco importa si lo llamamos posmodernidad, deconstrucción-diferenzia (Derrida), pensamiento líquido (Bauman), pensamiento débil (Vattimo), fin de los grandes relatos (Lyotard), incluso física cuántica, o de cualquier otra forma. Todos dicen lo mismo. La metafísica ha muerto. Y ese requiem por la metafísica es el canto coral del fin de siglo. Pero ¿que es (era) la metafísica?
La metafísica es una estrategia de pensamiento para entender el mundo. Como toda estrategia basada en unos pocos y claros principios: 1) el hombre es algo separado del mundo y capaz de comprenderlo, 2) la verdad es una esencia que se esconde tras la apariencia, 3) solo podemos entender el mundo si lo paramos (o lo diseccionamos): es mucho más fácil entender el ser que el devenir. Esta estrategia conduce a una casuística que se resume en la secuencia: abstracción-universalización-ley. La única manera de simplificar el mundo (para entenderlo) es universalizarlo, es decir obtener colectivos enormes que responden a las mismas leyes. Para ello se abstraen de las cualidades de los objetos las que los uniformizan: cantidad, verdad, concepto, igualdad, y en los casos extremo: género (solo existe el género masculino) o valor (el equivalente universal del valor es el dinero). Las matemáticas se fijan exclusivamente en la cantidad (prescindiendo de cualquier cualidad: lo importante entre una pera y un elefante es que ambos son una unidad.
Esta estrategia sirve prodigiosamente para que la humanidad avance en el conocimiento del mundo, pero llega un momento en que se agota (gracias al propio conocimiento que ha producido). Surgen los movimientos que ponen en duda la metafísica, singularmente la posmodernidad. Deconstrucción no quiere decir simplemente derribar. Quiere decir derribar el edificio metafísico, en cuanto metafísico. La filosofía de la diferencia lo que establece es la deconstrucción del principio de no contradicción de Aristóteles (en el que se basa la metafísica): una cosa no puede ser ella misma y su contraria. De pronto todos encuentran cosas que se contradicen (y no precisamente dialecticamente) y sin embargo coexisten. Mucho más allá de la inclusión del inconsciente i-racional en el mundo racional del hombre (Freud), la diferenzia establece que la palabra y el texto coexisten siendo diferentes y que el texto esconde secretos que la palabra (el logos, la razón) es incapaz de alcanzar. Pero es que la física cuántica se une a la fiesta y afirma que el principio de no contradicción no se cumple en el mundo de los más pequeño: onda/partícula, localidad/deslocalización, materia/antimateria, probabilidad estructural/certeza. El derribo de los grandes relatos nos deja huérfanos de explicaciones contundentes. Las micropolíticas son la única realidad posible. Pero ¿qué sustituye a ese prodigio que ha sido la metafísica?
El sustituto es el pensamiento cibernético. Mientras los activistas juegan su rol, en el 85 nace el PC, y en los 90 la WWW. Wiener y Shanon había desarrollado la cibernética (TIC) en los cincuenta, pero sin computadoras potentes no podía realizarse. Esas computadoras -capaces de procesar grandes masas de datos (big data) aparecen a final del siglo XX. Pero lo que en realidad aparece es un nuevo paradigma basado en la innovadora secuencia: bases de datos-computación-retroalimentación cibernética. Ya no hace falta abstraer porque tenemos todo los datos. Tenemos también la potencia de cálculo para procesar esos datos (no hacen falta algoritmos de simplificación): la universalización es producto del cálculo. Pero, además, La retroalimentación cibernética introduce el devenir en el proceso: se acabó la pamema del ser. La teoría cibernética más primeriza fue la evolución de las especies, pero hubo otras desde la sicología evolutiva a la termodinámca. Ciencias siempre cuestionadas por la ciencia oficial. El paradigma cibernético ha acabado -de raíz- con el paradigma metafísico.
¿Se puede pensar en el arte de los noventa sin recalar en este relevo consustancial? Lo dudo. Y de ahí mi estupor. Es como si los niños jugaran mientras la tercera y definitiva guerra mundial estalla. Estamos en la situación cultural más importante de la historia (salvando la aparición de la metafísica en el siglo quinto griego, antes del cero). ¿Se puede analizar el arte de los noventa sin atender a este cambio de paradigma? Aceptar que las micropolítcas están presentes es aceptar la posmodernidad (o como se le quiera llamar). Por lo tanto los ecos del cambio de paradigma se oyen. ¿Solo como ecos? Veremos como evoluciona el curso en el que participa A. M. Guasch que explicó como nadie la influencia del pop en el arte. Pero ya no estamos en los sesenta. Estamos en otro paradigma.
El desgarrado. Febrero 2020.