» 03-11-2019 |
Empecemos por la mierda. Las andanzas de esta ministra de asuntos exteriores madre de tres hijos (dos de ellos adolescentes), casada con un estudioso de las religiones, como corresponde a su origen irlandés, ambos ex-agentes de la CIA (una CIA idílica sin sombras de abuso de los derechos humanos), dan asco. No solo porque los EUA son los buenos buenísimos y el resto de los diplomáticos son malos, malísimos, sino porque todo el mundo, si es americano, es bueno. El presidente es un bombón, los empleados del ministerio son caramelos, y ni que decir de los hijos y el resto de la familia de la ministra (¡su hermano es ONGero!). Incluso una amiga de la ministra que comete alta traición lo hace para salvar una situación imposible (no solo no es mala, además es mártir). Los americanos que son malos, solo son malillos, equivocados pero buenos en el fondo, porque en EUA no hay nadie malo. El asesor del presidente es duro pero relleno de praliné; los opositores políticos son estratégicamente malos peros patriotas y entregados hasta las cachas.
El tratamiento que se hace de la diplomacia internacional es lamentable. Todos los otros países son egoístas y taimados cuando no abiertamente delictivos. Los personajes son caricaturas (tantos físicas como síquicas) de seres reales, en especial los chinos y los rusos. El francés es borrachín y poco solidario, los integristas son terroristas. La OTAN es una organización filantrópica, el FBI y la CIA (así como otras agencias gubernamentales) son asociaciones de boy-scouts. Los empleados adoran a su jefa, a la que consideran un soplo de aire fresco en la política. Los malos mueren pronto demostrando que ser malo conlleva un castigo divino (en el sentido de proveniente de dios). Los adolescentes tienen los problemas propios de su edad y condición (acoso escolar, amor, errores de elección…) pero los resuelven brillantemente como corresponde a los hijos de la protagonista. El toque teológico del marido es delirante, asesorando a la CIA desde el cielo. El tufo de incienso de toda la serie es de aupa.
Nuestra civilización occidental dispone de dos mecanismo de dominación (al margen del mamporrazo y tentetieso): el amor y la propaganda. El primero no lo han inventado los dominadores pero se cuidan en extremo de cuidarlo, propagarlo, potenciarlo y sublimarlo. El otro sí lo han inventado y si tiene algún medio privilegiado de difusión… éste es el cine (y en la actualidad las series de TV). Estamos ante una serie de propaganda donde, evidentemente el amor se nos sirve tan edulcorado que se corre serio riesgo de enfermar de diabetes. La pareja protagonista se quiere, se respeta, incluso parece que, aunque no se ve -pues ella duerme con sostenedores debajo del pijama, en el colmo de la mogigatería- se desea, lo que solamente se insinúa. como corresponde a una serie pedagógica.
Al ser la serie creada por una mujer (e interpretada y producida por la propia protagonista: Tea Leoni) se podría pensar que un cierto toque feminista no hubiera estado de más. Aunque solo fuera como muestra de que otra forma de hacer poíitica pude ser posible. No ha sido posible. Ella es una mujer buena, femenina, madre y esposa fervorosa pero a la vez inflexible y dura (¿masculina?) ante situaciones difíciles. En un caso de acoso sexual se pliega sobre sí misma como lo haría cualquier mujer (no sin antes soplarle un puñetazo al acosador que le rompe la nariz). El único feminismo que vemos es que dentro de una exagente de la CIA late un corazón de mujer… pero para lo estrictamente femenino. Lo que no alcanza a que se complazca con su imagen, como demuestra en el capítulo en que es portada de una revista retocada con photoshop. ¡Se lamenta de que su belleza prevalezca sobre su inteligencia o buen hacer! Se asombra de que su hija quiera ser estilista (en vez de cualquier profesión varonil) de que su otra hija no quiera estudiar o que su hijo sea contrario a sus ideas políticas. El capítulo vestuario es delirante. Abusa de las blusas a poder ser con “corbatas” que jamás le marquen los pechos, fundamentalmente blancas y a veces rojas. Lleva siempre tacones de aguja a pesar de que es más alta que la mayoría de los hombres que le rodean (sobre todo los diplomáticos, pero no, por supuesto el presidente), raras veces traje y faldas por debajo de la rodilla. Evidentemente todas sus acciones son aciertos y el presidente confía en ella ciegamente.
Y después de la mierda toca hablar del envoltorio para regalo. Porque la serie está envuelta para regalo. El patriotismo y la humanidad se mezcla con la épica para darnos una serie catártica de las que lo dejan a uno reconciliado con la humanidad. Las lagrimitas salpican convenientemente los capítulos que tienen buen ritmo y guiones convencionales pero eficaces. La filmación en travelling de pasillo es continua, los exteriores internacionales, la actuación, el ritmo, etc. es excelente. La música prácticamente ha desaparecido. Cuando los políticos son como Trump, es evidente que hay que hacer un esfuerzo para convencer al personal que los políticos son otra cosa: buenos, entregados, generosos, morales, brillantes, fajadores, Todo menos bocazas, zafios, mentirosos y cobardes. Hay que concienciar al votante y confortar al ciudadano y eso la serie lo hace maravillosamente hasta el punto que uno llega a olvidar toda la mierda que está tragando. Todos se quieren porque todos son buenos menos los putos diplomáticos extranjeros que parecen salidos de cómics.
La serie ha tenido éxito en EUA dado que va por la sexta entrega. Entretenimiento moralizante entendido en su estricta esencia. Manipulación y adoctrinamiento hasta la médula. Estamos lejos de la crítica de “The good Wife” de Ridley Scott o de la feroz “Boston Legal”. Ahora toca “Sucesor designado” y “Señora secretaria de Estado”. Los tiempos cambian y las necesidades de la Administración, también. Ahora toca mierda envuelta para regalo.
El desgarrado. Noviembre 2019.