» 29-09-2020 |
Hay tres umbrales en la evolución del mundo que marcan un antes y un después. El primero es la aparición del mundo. Tanto si se es creacionista (religioso en general) y se cree en un dios omnipotente, como si se es científico y se cree en el Big Bang u otra teoría de la aparición inopinada del mundo, lo que había antes de la aparición es peliagudo. Para los creacionistas lo que había era dios; para los científicos no había nada (ni tiempo ni espacio, ni materia, ni energía), aunque la nada de la ciencia es una nada ciertamente peculiar. Ni la razón ni la religión explican cabalmente lo que ocurrió en el umbral del mundo. La cuestión es que la masa y la energía son intercambiables y así la masa esconde cantidades ingentes de energía. La materia se divide en elementos ordenados por su número atómico (protones). Los de número más elevado se descomponen en elementos más simples espontáneamente. La masa que tienen que alcanzar para que ello ocurra es la masa crítica. La alquimia era una cuestión física.
El segundo umbral es el umbral de la vida. ¿Cómo una serie de elementos químicos consiguieron coordinarse para presentar un frente unido frente al mundo y sobre todo aprendieron a robarle energía para contradecir la segunda ley de la termodinámica e instaurar la evolución de las especies es un misterio. Para dios fue más fácil: ¡dividió la creación en siete días y listo! Incluso creó a la mujer como un subproducto del hombre. La base de la vida (el organismo) es la pluricelularidad: una multiplicidad de seres simples formando una multiplicidad compleja. La oposición elemento simple/elemento complejo, individuo/sociedad es el resultado más llamativo de la pluricelularidad. De nuevo nos encontramos con una masa crítica (esta vez biológica) que marca la diferencia.
El tercer umbral es la autoconciencia. Hoy sabemos que varios animales la poseen (se reconocen delante de un espejo, lo que quiere decir que son capaces de percibirse en dos sitios a la vez: abstraen): monos, elefantes, delfines, loros, pulpos, etc. Curiosamente no depende de su posición en la escala evolutiva. El campeón de la autoconciencia es el hombre. Su capacidad, no ya solo para percibirse en dos lugares a la vez… y no estar loco, alcanza a su descomposición en cuerpo y alma, inteligencia y conciencia, conciencia e inconsciencia, etc. hasta alcanzar la esquizofrenia. Probablemente la autoconciencia depende de alguna masa crítica de alguna parte de nuestro cerebro que consigue percibir la diferencia en la unidad.
Pero hay otro umbral en el que no se hace tanto hincapié y que no es desdeñable: la cultura. La tradición oral, primero y la escritura (tanto de imágenes como de palabras/conceptos), después, permitió acumular y conservar conocimientos sin necesidad de fijarlos en los genes como instinto ni repetirlos cada generación como descubrimiento. La ideología (Harari) sustituye al parentesco en su labor de crear grupos de acción cada vez mayores y más poderosos. Se produce el progreso y el desarrollismo a ultranza y de ese modo alcanzamos una nueva masa crítica que amenaza con hacer saltar el planeta. La cultura produjo la metafísica que es el sistema de pensamiento más duradero y persistente de nuestra especie (con permiso del mito) y una partición de lo sensible en la que muchas cosas fueron desechadas (fuera del sistema) desde el arte al amor, pasando por la filosofía, desde la economía política al inconsciente pasando por la cadena de significantes. Y por supuesto todo lo que no era científico: desde la medicina alternativa a las brujas, pasando por el mentalismo y la religión.
Por todas estas etapas ha pasado la reflexión estética de Mique Arnal. De la masa crítica inorgánica a la masa pluricelular (vida) y social (delirium tremens), de la identidad homogénea de la metafísica a la autoconciencia dividida del inconsciente y el extrañamiento de uno mismo. Cómo la cultura produjo la masa crítica, que supone la metafísica, partición de lo sensible que excluye no solo todo lo que escapa a los pares de oposiciones excluyentes sino también todo lo que no se aviene con el dogma establecido. Decía Eluard que hay otros mundos pero están en este. Eso es lo que busca Miquel Arnal con sus fotografías: otros mundos, que sin embargo, están en este. Y pone el acento en ese punto singular -ese umbral- en el que el mundo pierde el sentido y nadie es capaz de urdir explicaciones cabales. Donde la ciencia pierde su poder de convicción. Donde empieza la magia.
Eduardo Robles Corcuera. BCN Septiembre 2020.