» 27-04-2021

Visto y oído 63. El no-debate de los no-políticos en las elecciones de 4-M. “El objetivo”. La sexta. Pastor.

Veo “El objetivo” que se ha quedado sin debate porque la Sra Monasterio no tenía otra estrategia que reventar los debates para mostrar su fuerza distintiva respecto al PP, y porque los demás han entendido que en efecto lo mejor era no debatir. Para llenar el espacio, Pastor ha reunido a cuatro intelectuales: filosofo, ética, antropólogo y politólogo para tratar de descubrir porque se ha quedado sin debate. La sombra de los políticos, sus malas maneras, sus descalificaciones, su grosería, se hace notar sobre unos intelectuales que de ninguna manera quieren que se les relaciones con ellos: educados, respetuosos, comedidos (por aquello de que entre bomberos no está bien pisarse la manguera). Probablemente falta calor en el debate (que no es tal) pero después de ver a nuestros políticos, casi es un alivio. Quizás con el tiempo los echaríamos de menos pero, de momento, respiramos tranquilos.

 

De entrada Arsuaga plantea la responsabilidad de los medios en la crispación. Lo dice suavemente: vivimos en la sociedad de la información y sin noticias no hay actualidad. Pero son los medios los que inventan las noticias día a día y esa invención densifica la actualidad hasta convertirla en inflamable. De ahí se salta a que cualquier tiempo pasado fue mejor: la transición. Todos están de acuerdo que la transición fue un momento de consenso en el que los políticos hicieron un esfuerzo para salir de la dictadura sin que se notara demasiado que unos habían vivido (consentido) en ella y otros habían luchado contra ella. No se habla del ruido de sables que hacía perentorio el consenso, ni de la responsabilidad de los alineados, de cómo se aprovechó la coyuntura para hacer una Constitución que colmaba de prebendas a los políticos y del pacto para enterrar aquella responsabilidad.

 

Evidentemente cuando se nombra la libertad no se hace hincapié en que la libertad es un efecto secundario de la razón, cuando ésta sustituye al instinto. El instinto es dogmático, necesario. La razón abre un espacio de libertad que es la decisión, pero para tomar buenas decisiones es necesario encontrar razones necesarias y las razones nunca pueden ser totalmente necesarias. La libertad se debate entre el dogma (la nostalgia del instinto) y la imposibilidad de cimentar las razones. La libertad es un horizonte, una tendencia, pero de ninguna manera una certeza. La libertad es una promesa, siempre incumplida. La libertad es la posición del poder. Sin poder no existe. Y por eso la dominación (el ejercicio del poder) es la posición privilegiada. La democracia (el poder de los que no tienen poder) se inventa para tratar de convencer de que el nacimiento (la sangre), la riqueza, la fuerza, el saber, no son las únicas maneras de ejercer el poder, pero es una contradicción en los términos: el poder del que no lo tiene es una promesa perpetuamente incumplida, pero nunca una realidad. La libertad es conflicto y el conflicto es polarización.

 

Por ello la política se convierte en una religión, un dogma imposible de cuadrar racionalmente y los ciudadanos nos convertimos en acólitos, en adoradores de ídolos con pies de barro. Ante la imposibilidad de emplear la razón nos centramos en cualidades epicéntricas: aspecto, oratoria, arrojo, pragmatismo, fuerza, coraje, motivación, cariño, cuidado, análisis situacional, etc. Desgraciadamente la mayoría de esas cualidades son las características del fascismo. Pero el pueblo se cree lo que los políticos le dicen, sobre todo cuando les hablan de soberanía del pueblo, de libertad, de igualdad, de fraternidad. Y no solo se lo cree, sino que lo espera y de alguna manera lo exige. Lo que los políticos ofrecen y lo que el pueblo espera se convierten en conjuntos disjuntos. Los políticos no dudan en subir su apuesta y el fascismo se convierte en populismo: lo que el pueblo quiere oír: el trumpismo. Porque la democracia no puede ser perfecta (Churchil) porque parte de una base (la soberanía de los que nunca tendrán soberanía) imposible, y entonces hay que hacer encaje de bolillos para que quienes nunca tendrán la oportunidad de acceder al poder, se crean que, pueden y deben intervenir en la política. Los detentadores “legítimos” del poder siempre serán los mismos.

 

En este momento del debate la ética propone una política sin agresividad. Es una propuesta bien intencionada pero imposible. Los políticos saben que el título para detentar el poder no se basa ni en el bien público, ni en la soberanía popular. No tiene contenido (ideología) y sin contenido solo queda la confrontación y la destrucción de la imagen del enemigo. La política de esta falsa democracia (porque el pueblo nunca será soberano) solo se puede asentar sobre el conflicto, la agresión, la confrontación, la diatriba. Y este no es un problema español. Es un problema mundial ante el que el fascismo tiene una solución: la violencia. Más o menos disimulada pero violencia y por eso -de vez en cuando- mueren políticos, lo que asienta la legitimidad de los supervivientes.

 

En este punto se introduce una nueva variable: la emoción. La política no está hecha de razón sino de emoción. Catalunya no propuso razones para la independencia sino emociones: el sentimiento de ser catalán y libre. De hecho es una vuelta a la casilla de salida: la libertad es un defecto de la razón por lo que hay que buscarla en otro sitio: la emoción. La emoción-intuición es parte de nuestro cerebro como lo es la razón-libertad, pero no son las únicas. Somos profundamente sociales, antes incluso, que individuales. Y también somos morales y depositarios de unos valores primarios (absolutos) y secundarios (conflictivos). Nos debatimos entre la inclusión y la exclusión, entre el consenso y el disenso (Rancière). De nuevo la ética nos propone el cosmopolitismo como solución a todas esas oposiciones (el tema de su libro). Cordura, tolerancia, altruismo, igualdad. Se le olvida advertirnos que la tolerancia es i-racional, contraria a la razón (del poder) como lo es la igualdad o la fraternidad. El poder es jerárquico y dominador y eso tiene poco que ver con el altruismo (el ejercicio del respeto al otro).

 

En este punto se hace hincapié en que la transición se olvidó de dotar al pueblo de formación democrática. Y se olvidó porque la democracia era una patata caliente que podían manejar los políticos pero de la que los ciudadanos debían saber lo menos posible. La transición se hizo de tapadillo a oscuras de los militares y del pueblo. Y así nos va. La última propuesta de solución al conflicto es la pregunta: ¿Y si funcionara? La democracia solo puede ser conflicto porque -como ya previó Platón- el poder de los que no tienen poder solo puede ser conflictivo. El problema no es que haya conflicto. Es la decencia de que ese conflicto no se convierta en reyerta, en populismo, en dogmatismo, en trifulca, en una palabra, la mierda que es hoy nuestra democracia partidista. Todo esto es una interpretación de lo que dijeron los ponentes y no responde a su pensamiento. ¡Privilegios del escriba!

El desgarrado. Abril 2021.




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