Provença 318, 3º 1ª
08037 Barcelona
SPAIN
Office: 10h30 / 14h30
Phone: +34 93 530 56 23
mail: info@ob-art.com
» 20-05-2021 |
¿Qué pasa cuando las actitudes tradicionales femeninas (tradicionales para la metafísica machista) se producen en un colectivo de hombres? Ya Tiqqun había adelantado que “La teoría de la jovencita” (el hecho de “ser pava” en lenguaje cotidiano) no era privativo de las mujeres sino que se daba también en los hombres. La metafísica ha denostado siempre el pavismo como un defecto del alma femenina: superficialidad, concentración en la imagen, exposición extrema, emoción a flor de piel, lenguaje simple y afectado, seducción, etc. En otras ocasiones he defendido que solo desde la metafísica el pavismo es negativo. Es una posición emocional/estético/despreocupada que no necesariamente tiene que ser vista como negativa o por lo menos no más negativa que la violencia, la agresión, la guerra, la dominación, la destrucción/reconstrucción que la metafísica acepta sin chistar. Aún así el pavismo representa una forma de feminismo poco extendida entre las mujeres en lucha por sus derechos. Quizás porque ser luchadora ya indica una cierta contaminación de la metafísica machista.
Porque los machos de “la isla” son “jovencitas” de tomo y lomo: pagados de su cuerpo, emocionalmente disparados, ajenos a la cultura, centrados en el amor por encima de todo, afectados en el lenguaje, superficiales, y si me apuran, prostituidos voluntariamente por un programa de TV. Su parecido con las chicas es tan enorme que se diría que son parejas de mujeres. Pero, es más, algunas de las chicas son más agresivas, calculadoras y metódicas que ellos, con lo que se puede llegar a pensar en un cambio de papeles. El machismo (que seguro que sigue latente bajo la piel) acepta mal los devaneos con las actitudes femeninas. Bien se podría decir que el machismo es la renuncia radical a las actitudes femeninas más que cualquier otra cosa y así lo entienden muchos homosexuales que no dudan en acentuar su pluma. Lo que no quita que la homosexualidad sea diversa y variada. ¿Cómo se ha podido producir semejante cambio de papeles?
La respuesta se llama epigénesis. Cuando en una colonia de abejas u hormigas se desequilibra la proporción “social” de obreras, soldados, reinas, se produce un trasvase de unas clases sociales a otras hasta compensar las diferencias (de Rosnay) . Todos los componentes de una colmena u hormiguero tienen la misma dotación genética (proceden de unos únicos progenitores). Por lo tanto el cambio radical que supone pasar de obrera a soldado no se pude producir por un cambio en el ADN idéntico, para todas. El cambio es epigenético: se desconectan algunos genes (los específicos de su casta social) y se activan los complementarios, en este caso. Y no lo olvidemos: por causa de un cambio en el entorno (la proporción relativa de cada casta). Eso es la epigenética: la activación/desactivación de determinados genes por causa del entorno. Es la nueva vedette de la genética que explica muchas de las cosas que el neoderwinismo (selección, mutación y herencia genética), ampliado con la recombinación y la cooperación, no podían explicar.
No se puede descartar que los machos de la isla hayan sido cuidadosamente seleccionados por sus perfiles “espectacularizantes” pero la epigenética explicaría perfectamente por qué esos machos se han desplazado a actitudes femeninas (de “jovencita”) debido al entorno: un entorno específico de amor, emociones, culto al cuerpo, exhibición, con evidente exclusión de valores como la laboriosidad, la inteligencia analítica, la cultura, la decisión racional, etc. Pero no menospreciemos la propuesta: hombres y mujeres son intercambiables (hasta cierto punto, pero apreciablemente) de la mano de la epigenética. Es el más duro golpe dado al machismo por la ciencia (que no deja de alinearse con la metafísica desde su creación). En un contexto adecuado los machos se convierten en efebos, es decir dejan de ser machos. El género -como dijeron Bouvoir y Butler- es una construcción, pero no socio-cultural sino (epi)genética mediada por el entorno. Desde la apigenética no solo se explica la fluidez entre géneros (la altersexualidad) sino que se desactiva uno de los dogmas del machismo más acendrado: el dualismo excluyente de género.
Otra cosa es cómo debe el feminismo afrontar este situación. Tradicionalmente han existido dos posiciones: la igualdad o la diferencia. La igualdad requiere una lucha (metafísica) y un modelo al que igualarse (el hombre). La diferencia requiere la libertad (Despentes) y el establecimiento de un pensamiento femenino (Haraway, Bellacasa). Aceptar o no el pavismo como diferencia “esencial” es una decisión de cada feminismo. La epigenética no atenta contra la idea de la diferencia puesto que la activación/desactivación de genes supone una diferencia sustancial (pero temporal y contextual), ni impide la existencia de un pensamiento femenino, pero por otra parte rompe con la idea de pares de oposiciones excluyentes de género como (hombre/mujer). Probablemente ambas posiciones deban conciliarse como símbolo de esa abolición de pares de oposiciones metafísicas que no dejan de ser el enemigo del feminismo. El tiempo lo dirá.
El desgarrado. mayo 2021.