» 31-05-2021 |
Garau vende por 15.000 $ una obra invisible: la nada. Es, quizás el último capítulo del mundo mercantil del arte en el que ya hemos visto “Mierda de artista” (Manzoni), películas de un tío durmiendo (Warhol), objetos cotidianos: ready made (Duchamp), etc. No es fácil entender el arte actual pero estas cosas las complican aún más. Pero no es una ocurrencia que no tenga una trayectaria previa que la justifica y eso es lo que vamos a ver: rastrear cómo hemos llegado aquí.
De entrada la tradición que tiene la nada como “algo” es antigua. Los filósofos le dieron sustancia cuando la convirtieron en “objeto” de sus reflexiones. Incluso acuñaron aquello del nihilismo como un modo de pensamiento que se centra en la nada, en la negación. El lenguaje nos hace pensar que si algo tiene nombre es que existe. ¿Qué es el alma sino ese “nombre” que al morir se queda sin “hombre”, sin cuerpo, sin realidad? El animismo empieza así y el animismo origina tanto la otra vida trascendente religiosa como el espiritismo y el esoterismo. Los científicos consideran que el vacío (la nada) está lejos de estar completamente vacía, hasta el punto que la nada pudo originar el mundo al dividirse en una partícula y una antipartícula en un efecto simétrico del que hace que la unión de una partícula y su antipartícula desaparezcan en la nada (no olvidemos que para la ciencia los procesos -incluso el tiempo- son reversibles).
El capitalismo se centró en dos universales (la materia de la que se nutre la metafísica): el dinero como equivalente universal del valor y la mercancía como equivalente universal del comercio (del intercambio). De ahí deducir la plusvalía (quién se apodera del plusvalor en dinero que tiene el trabajo como mercancía) es fácil. Pero también es fácil determinar el fetichismo de la mercancía cuando el deseo se convierte en mercancía. Las mercancías pueden ser objetos de deseo (consumismo). Todo es mercancía y por tanto tiene una equivalencia en dinero. Y de ahí la ley de la oferta y la demanda: el valor (dinero) se establece por la (in)adecuación de la oferta y la demanda. Lo escaso es caro y lo común es barato. Así las cosas -y echando mano de lo que dicen los filósofos y los científicos sobre la existencia de lo inexistente, podemos colegir que la nada es una mercancía… muy escasa que tiene un equivalente en dinero: 15.000 $.
Evidentemente el arte es una mercancía como cualquier otra (aunque especial: es inútil). Ya lo dijo Kant. Sin deseo el arte (inútil) tendría muy poco valor, pero con deseo, el arte es más valioso que muchas mercancías cuyos materiales (preciosos), o su utilidad directa, son aparentemente mayores. El deseo que produce el arte es originalmente mágico-religioso. Rancière le llama el régimen del arte ético. Este arte no es inútil simbólicamente, tiene una utilidad mágica, votiva, ceremonial, ritual, etc. El dinero y el comercio cambian de un incipiente capitalismo (no totalmente: los amuletos, los escapularios, la devoción a las imágenes siguen existiendo) centran el arte en el mimetismo, en la imitación de lo natural. El arte mimético establece un universal que es el referente del arte: la naturaleza. Todo el mundo entiende el arte porque el referente es universal. Es el régimen del arte mimético. Pero la aparición de la fotografía impulsa al arte a encontrar otro campo distinto de la naturaleza: la impresión, la introspección, la expresión, la reinterpretación, la abstracción, la invención, etc. El arte se convierte en el efecto de la voluntad del artista al margen de la naturaleza. Pero el referente universal (la naturaleza) ha desaparecido y el arte se torna incomprensible (heterogéneo dice Rancière). Es el arte del régimen estético.
Entender el arte requerirá estudiar la trayectoria del artista, del arte y el contexto en el que se realiza. El arte moderno requiere un esfuerzo que la ciudadanía no está dispuesta a afrontar. A partir de este momento la aceptación del arte se efectuará por consenso, lo que requiere una labor de difusión y de pedagogía que realizan los medios y las instituciones de enseñanza. Pero este consenso lleva un retraso de cincuenta años respecto a su aparición. Esta distancia que el arte moderno toma respecto a la sensibilidad popular se va ampliando paulatinamente hasta que llega al extremo que hoy se alcanza: el arte invisible. Basta con que haya una posibilidad plausible de realidad (filósofos, científicos, religiosos, el capitalismo, la crítica del arte…) para que el arte invisible sea posible.
Duchamp (el transgresor) afirmó que arte es lo que produce el artista (poniendo el carro delante de los bueyes). En su obra (ready made) “Urinario” tomó un objeto industrial, le puso un peana, la tituló, la firmo y la colgó en una exposición de arte. Es decir lo situó en el contexto en el que se encuentran generalmente las obras de arte y con sus atributos. La unicidad-originalidad de la obra también pesaba. De todo ello participa la no-obra de Garau. Sobre todo de la firma. Porque la firma -en nuestra sociedad capitalista- es el certificado de valor de la obra. No han sido los artistas los que han equiparado la firma al contenido de arte de la obra (excepto Duchamp). Poseer una firma es acentuar el valor de icono (Baudrillard) y el prestigio social (Veblen). Conocemos el caso de empresas que han pagado el depósito de una obra puntera en una subasta y no han pagado el resto porque con la publicidad mediática basta. Los medios se hacen un eco tan desmesurado de este tipo de extravagancias que crean la noticia. No es éste, otro el caso.
Lo que está en juego es el derecho a comprender. Como animales racionales (y para enfatizar lo de racionales) exigimos entender las cosas pero no esforzándonos en ello, sino pretendiendo que quien instruye una obra de arte tenga la obligación de explicárnosla. Pero los artistas no son pedagogos (aunque los hay), por el contrario pretenden explicarse a través exclusivamente de su obra. No comprender es acceder al estatuto de idiota y eso enerva a muchos intelectuales (singularmente literatos) y al común de los mortales. Porque se nos queda cara de idiotas cuando nos muestran una escultura invisible (o simplemente incomprensible): la representación de la nada. Y sin embargo tiene sentido: la nada no se ve. Lo que no tiene sentido es que valga una fortuna pero eso no es problema del artista sino del capitalismo. Muchos emprendedores se ha hecho multimillonarios vendiendo humo. Facebook, twitter, whatsapp, venden formas de relación. ¿Se ven?
Por otra parte Garau ha llegado al fondo de la mente de los políticos: la nada. Desvelar ese secreto tan celosamente guardado bien se merece el precio que ha recibido. Esperemos que no aparezca otro artista que alegue que esa obra es una falsificación, y que la prueba es que es demasiado barata. Quizás asistamos a una subasta de obras invisibles. ¡Más verdes las han segado!
El desgarrado. Mayo 2021.