» 30-06-2021

Visto y oído 67. “Master of none” (Diletante). Netflix. Tres temporadas.

La vida de un emigrante indio de segunda generación de 30 años (es decir: integrado pero con un pasado reciente de emigrante) en NY tiene un regusto a “deja vue” que remite desde Wody Allen (tanto por su idiosincracia judía como por el marco neoyorquino) a “Friends” (la amistad y el compañerismo amable), “Come, reza, ama” y otras películas americanas que recrean la Toscana como paradigma italiano (la comida y el amor como máximos placeres de la modernidad), el cine dentro del cine (continuas referencias cinéfilas), la corrección política (los problemas de las minorías: etnia, cultura, color, idioma, altersexualidad), la comunicación entre géneros (el amor y su superación en estabilidad), la autoconstrucción del yo (nuestro lugar en la vida, la insatisfacción, la convicción de que el paraíso está en otro lugar), en un fluir continuo por toda las serie. Pero además cada capítulo está dedicado monográficamente a un tema específico, desde la religión al sexo pasando por la brecha social entre hombres y mujeres, lo que lo aproxima a ese género tan americano que es el monólogo. Todo ello contado en clave de un humor ligero pero no por ello renunciando a las dotes de payaso del protagonista (creador, guionista y eventual director) de la serie.

 

Los tipos que intervienen no son prototípicos (barbies, brockers, winners, taxistas, abogados, etc.) sino seres comunes y corrientes (sobre todo físicamente) al más puro estilo del cine inglés. El “melting pot” se evidencia continuamente en pacífica convivencia. El ambiente neoyorquino se recrea con exactitud (apartamentos, bares, restaurantes…), -quiero decir con la exactitud que corresponde al estereotipo que nos hemos formado en Europa a través del cine- así como las convenciones sociales desde el galanteo hasta el alterne sexual, que no forma parte (como tantas veces) de los efectos especiales de la serie. Los problemas cotidianos son el hilo conductor de los personajes sin que se conviertan en agobiantes. Existe una sensación generalizada de que es imposible luchar contra el fluir de la vida en la que el gran viaje, el gran trabajo, el gran amor, la gran juerga son imposibles, pero que sin embargo, se producen… aunque sea suavemente. El azar y la casualidad originan las mejores historias como excluyendo cualquier construcción racional de la vida. El desfase entre los deseos y las realidades, entro lo ideal y lo real, es enorme pero no traumático. El determinismo es patente y parece que solo puede ser combatido por el humor, la comida, la amistad y -hasta cierto punto- la familia. La vida no es ni una aventura ni un valle de lágrimas sino una monótona imposición entre cuyos pliegues, a veces, aparece lo inesperado.

 

Todo muy estilo Allen sustituyendo al judío por el indio, a la duda existencial por el fluir accidental y manteniendo el marco teatral neoyorquino como marca USA. Entre la primera temporada y la segunda se hayan diferencias no solo de financiación (que mejora notablemente) sino también de enfoque. El impulso inicial de comerse el mundo se atenúa y da paso a un narrar más sosegado, donde los personajes secundarios se perfilan con más carácter y el protagonista se convierte -de alguna manera- en más Wallie, más difícil de encontrar entre la maraña vital de personajes secundarios. La serie viaja a Italia en donde se permite grabar en blanco y negro en un guiño al neorrealismo al que no le falta ni las bicicletas, para transitar a un color luminoso que nos introduce en la Toscana de las películas americanas (Mammas y scooters, incluidos). De vuelta a NY la paleta se mantiene luminosa mientras el prota vuelve a su vida anterior como si nada hubiera pasado, pero con un carácter más amable, más sosegado. Y hasta aquí puedo leer porque es hasta donde he llegado. Cuando acabe de verla volveré sobre el tema si la cosa lo requiere.

 

Podríamos decir que es una serie barroca en el sentido de que se referencia en múltiples otras series y enfoques anteriores, aunque formalmente sea clásica. Quizás hoy la originalidad es imposible y el interés se tiene que producir por acumulación, por amontonamiento. Pero es una serie entretenida y amable que no deja de ser el meollo del cine. Para cinéfílos, es una serie imprescindible porque las referencias, visuales y de guión, son innumerables (y no siempre cultas en un, a modo, de reivindicación del espectáculo de masas). La influencia del cine inglés -ya reseñada- nos podría llevar, incluso al parentesco con “Fliebag” (saco de pulgas) en donde otro personaje atípico vive situaciones kafkianas pero terrenales. En fin. Una serie que merece la pena ser vista.

 

El desgarrado, Junio 2021.




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