Tomando como excusa el cuento de Perrault, Rosalind Surrell y Miquel Arnal cuentan una historia narrada exclusivamente en imágenes (no armada sobre una narración literaria) -y que precisamente por eso- se abre a todas las interpretaciones. Los recursos que despliegan son asombrosos si coincidimos en que supone la invención “ex novo” de un lenguaje discursivo imaginario. Para ello nos presentan dos narraciones simultáneas pero de cariz completamente distinto. Mientras la niña se desenvuelve en escenas de técnica cinematográfica convencional en las que simplemente se ha sustituido el discurso narrativo lingüístico por el parloteo natural de la infancia y el discurso educativo/moralizante de la madre <> por simples recomendaciones prácticas, el discurso del lobo se ha estereotipado enormemente. El acoso del lobo dibujado como un juego, no es por ello menos amenazante. La ausencia en Caperucita de toda moralina de hijos obedientes y castigos merecidos. La connotación sexual del cubrimiento. La vuelta atrás de la historia sin cazadores ni violencia. La superioridad de lo femenino sobre lo masculino... aunque de lobos se trate. La historia nos ahorra hasta el holocausto de la abuela. La polisemia que deja abierto el desenlace. Ahora que los lobos está al borde de la extinción y los niños al borde de la superprotección el cuento tenía que acabar al revés. ¡O no!