» 21-07-2021

El relato 30-5. Narración y bases de datos Manovich. Mito y religión. Gadamer.

En el sistema mítico-religioso existen suficientes diferencias entre ambos campos como para que hagamos distinciones. Sigo a Gadamer, “Mito y razón” Paidos 1997. De pasada revisaremos las características de la narración mítica que amplían las que Aristóteles enunció en su “Poética” Dos razones de peso para acometer la empresa.

 

  1. La narración mítica tiene su propia lógica. 1.1. El nombre y el nombrar: los nombres míticos encierran algo de invocación y de enigmática presencia (un tipo peculiar de presencia), se trata de una especie de llamada. Nombrar es como aludir a lo que se quiere narrar. 1.2. Contar viene de numerar, enumerar. Lo que se pide al que narra es que cuente todo sin saltarse nada, es decir, que enumere ordenadamente. Pero eso no impide que entre lo ocurrido y la narración haya una distancia insuperable. 1.3. La narración es siempre narración de algo, de parte de algo. Toda narración puede hacerse narrando otras cosas. 1.4. El buen narrador cuanta sin parar y de manera interminable. 1.5. Narrar es un proceso recíproco entre narrador y oyente. El oyente toma parte del mundo que el narrador le ofrece. 1.6. La narración no es un informe exhaustivo, implica libertad para seleccionar y libertad en la elección de los puntos de vista. Incluso el narrador anónimo de la novela moderna toma posición. 1.7. Las variaciones son inherentes a la narración. 1.8. La exuberancia de la narración consiste en la densa presencia de aquello que se narra y que los oyentes quieren escuchar, lo que invita a la invención y el embellecimiento. Otra forma de libertad: narrar lo mismo de diferentes modos. Lo por narrar es abundante o inagotable. 1.9. La narración no es un reportaje documental, cierta ambigüedad es necesaria. 1.10. La narración no es arbitraria. La disposición a escuchar hará al oyente cautivo de la narración si el narrador sabe contar. 1.11. La narración crea tensión, despierta expectativas y las cumple. Anticipaciones y regresos se unen por transiciones suaves, sin la coacción de la deducción lógica. 1.12. La buena narración oral conduce a la plasmación escrita. 1.13 Siempre (oral o escrita) la narración debe tener en cuenta al otro, tener en cuenta sus expectativas. El narrador responde a la sed de saber o a la curiosidad del otro y satisface sus ganas de mundo, de existencia y de experiencia. 1.14. Pero dado su carácter mítico (leyendas orales y de los tiempos remotos) se produce también un interés trascendental, supraexperimental. 1.15. Si bien trata del pasado se hace necesaria la referencia al presente que tiene carácter constitutivo. El pasado de sangre, caos y horror conduce al presente de ley y orden. La referencia al origen de los tiempos se refiere a nosotros mismos: el presente. La historia desemboca en el presente, “en el orden común de la veneración cultual en que todos se saben unidos” (Gadamer, 1997, 35). 1.16. La significación de lo narrado (aquello sobre lo que se narra) se impone a la autenticidad y la fiabilidad del informe. La diversidad de narradores y las variaciones de lo narrado no debilitan la narración. Las distintas versiones no afectan a la credibilidad.

 

2) Religión. El mito es incompatible con la escritura. Que en algún momento se pase a la letra escrita no afecta a la validez de este aserto. La presencia de las escrituras en el judaísmo y en el cristianismo supone una renuncia al mito. Las religiones reveladas son religiones de libro. Sus pretensiones absolutas le confieren validez de ley. El primer mandamiento dice “no tendrás otro dios más que a mí”. El mito maneja muchos dioses lo que lo descalifica. Pero no solo el Dios es único, también el pueblo es el pueblo elegido y la historia sagrada es la única historia, la fe es la única verdadera. Eso es el dogma: la absoluta exclusión de cualquier disgresión. Y sin embargo los libros sagrados contienen historias. ¿Cómo pueden ser narraciones y al mismo tiempo revelaciones? “No es fácil determinar correctamente las relaciones entre la doctrina de la salvación, la historia sagrada y todas las historias narradas” (Gadamer, 1997, 30).

 

La Escritura sagrada no es una recopilación de leyendas ni una epopeya ingeniosa. Es el documento que está escrito y que pertenece al oficio divino, es una parte de la realidad del culto. No hay abstracción aquí. El fiel debe atenerse estrictamente a la letra escrita. No se transmite un mensaje mítico sino la palabra de Dios y los narradores y los oyentes son la Iglesia, la comunidad. La investigación no puede alcanzar el mensaje divino por más que ahonde en la tradición literaria o su verdad histórica. La verdad de las tradiciones míticas no es equiparable a la noticia histórica (cuya verdad pertenece a la historiografía crítica) ni al mensaje divino (cuya verdad reside en el cumplimiento de la promesa). La verdad revelada no pertenece al campo de la intelección sino al de la fe. No tiene sentido hablar de fe en relación con el mito. La narración se ha convertido en proclamación solo accesible por la fe. Pero de rebote se desautoriza la verdad del mito que se convierte -para la fe- en error pagano. Pero no corrió mejor suerte el cristianismo que fue arrojado al fuego de la crítica de la razón cuando llegó la Ilustración. La ciencia (y solo la ciencia) fundamenta el ateísmo radical, pero paralelamente condena también al elemento narrativo. Pero la nueva “religión” de la razón ha desatado un efecto contrario: rescatar -con una nueva luz- la religión del cristianismo y la tradición mítica.

 

El desgarrado. Julio 2021.




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