En su último libro, Landero hace una excursión-reflexión sobre el relato. La vida como relato, el mundo como relato. Pero lo hace desde un punto de vista inesperado: el objeto del relator: el oyente. Es el relato como terapia el que emprende el relator con el objetivo claro de deshacerse de la congoja, del desasosiego que la vida como relato (puesto que el relato lo urde él con los mimbres de la vida) le causa. Para nadie es un secreto que el sicoanálisis es un relato (el del paciente) enfrentado a otro relato (el del analista) y que para que el relato le haga bien al analizado, debe prevalecer -sutilmente- el relato del analista. Estamos un punto más lejos de la ficción como estructura de racionalidad (Rancière), como forma de conocimiento-ordenación del mundo, relato a uno, del conocimiento y el saber. Estamos en el relato como terapia, el relato compartido, el relato reflejado en los ojos del otro. Es el relato que lejos de explicar, desahoga, libera, hace renacer.