A través de tres de sus obras fílmicas (La voz humana (1997); La memoria interior (2002) y Lo que no puede ser visto debe ser mostrado (2010)) María Ruido destaca tres hitos del silenciamiento del cuerpo: el silencio de las mujeres, el silencio de ciertos fenómenos o periodos como la emigración española a Europa y el silencio sobre las narrativas no legitimadas de nuestra transición: desde los muertos en las cunetas hasta la amnistía al franquismo, pasando por la inevitabilidad de la monarquía o la continuidad de las prácticas dictatoriales como la censura, los gastos reservados, las cloacas del poder o la guerra sucia. No agotan estos silencios todos los que se produjeron en nuestra historia reciente. La demonización del SIDA como plaga bíblica, el falogocentrismo, el papel de la Iglesia en el sostenimiento de la dictadura (y sus secuelas como la pederastia curial, el robo de niños, el nacional-catolicismo, la homofobia, la educación en la religión en vez de en la ciencia y la convivencia…), la inexistencia de un entramado industrial que originó una economía basada en las divisas (exportación de emigrantes a otras economías industriales y devaluación, como medio de competitividad y turismo), el establecimiento de una clase separada de los militares, etc.