Marianico el re-corto se sentía inmortal, con fuerzas para acometer varias legislaturas más. El no cometió el error de su padrino de decir: con dos basta. El estaba dispuesto a durar y durar. Pero el que siembra vientos recoge tempestades y sin ton ni son se desencadenó una galerna de tomo y lomo. Nada que no fuera previsible en un partido que ha tratado a la oposición como lacayos, negándose a participar en el normal desarrollo del funcionamiento parlamentario. Las actas está llenas de sus desplantes y de sus improperios que si bien dan juego de cara a la galería, ofenden a sus señorías que, como sabemos, son rencorosas. Por eso -y por su general tendencia a la desidia y a dejarlo todo para mañana- nunca se abrió el tema de la sucesión. Luego llegó el calentón, las ocho horas en el restaurante, la decisión contraria a la de Cifuentes: “Yo me voy, no me quedo, lo voy a dejar”, insisto fruto de un calentón de la que el gallego se arrepentirá más de una vez (en cuanto le llegue la primera citación judicial).