Otras veces hemos hablado de las tres instancias lacanianas de lo real, lo imaginario y lo simbólico. De una forma histórica podríamos decir que lo real corresponde a nuestro pasado animal (y al presente de los actuales animales), lo imaginario es una primera conceptualización a través de la imagen y lo simbólico es la conceptualización a través del lenguaje. Lo real representa la identidad. Lo imaginario es la representación de lo real por medio de la imagen. No hay aquí simbolización sino simple analogía, que es como decir que el significado no es inmotivado (arbitrario), sino que guarda una cierta relación entre significante y significado. Las imágenes, a priori, guardan esa relación: la imagen de un ciervo representa un ciervo real. Lo imaginario evolucionó, vía metáfora y metonimia, (todavía analógicas) hasta el simbolismo inmotivado y arbitrario. Y en esa evolución coexistieron imágenes correspondientes a lo real con imágenes más y más simbólicas. El lenguaje escrito escenifica perfectamente la transición: de un lenguaje pictórico, a un lenguaje escrito analógico ideográfico hasta un lenguaje escrito simbólico y silábico. La escritura no es más que la simplificación y convencionalización de las representaciones miméticas grabadas. Por analogía el lenguaje oral no es más que la simplificación y convencionalización de los sonidos imitados de lo real (onomatopeyas).