De artistas y superhéroes
En la década de los setenta se establece el ultraliberalismo con Thatcher y Reagan en los máximos puestos del poder anglosajón. Entre otras consecuencias se desmantela el estado del bienestar, desaparecen los sindicatos y se produce el contubernio empresa-estado cuyas consecuencias -que no se verían hasta los noventa- son las puertas giratorias, la exención de impuestos a las empresas, le legislación claramente sesgada (entre la que la laboral destaca con luz propia), las adjudicaciones por mordidas y la corrupción generalizada. La UE, con su ideario economicista y ultraliberal (primacía de lo económico, libre circulación de capitales, desunión fiscal, política y económica, moneda única, etc) se lanza a la fiesta de cabeza. Pero la corrupción no es la única consecuencia del ultraliberalismo. La otra y sustancial, es el despilfarro: el intercambio de infraestructuras (no necesarias) por votos. España se lanza a la proliferación de museos de arte contemporáneo (que suben de 2 en los sesenta a 25 en los noventa y a 175 en la actualidad) de centros cívicos y culturales, de instalaciones deportivas, autopistas, AVE, erc. No importa que los españoles no necesitemos las infraestructuras, ni que no acudamos a los museos. Nada es bastante para el apetito de votos y de mordidas de los políticos españoles. La financiación ilegal de los partidos (que no era delito) se generaliza. La guerra sucia contra ETA no es más que un episodio más de esta caída. España es Gotham y se hace necesario un Batman. Un superhéroe, al modo de “Watchman”, pero superhéroe al fin.