Suelo decir que hay dos tipos de políticos: los mesiánicos que quieren el poder (para redimirnos de acuerdo con sus geniales ideas) y los ambiciosos, para los que el poder es un medio de alcanzar el dinero. Ninguno de los dos es bueno. Los unos son personalistas y los otros ambiciosos compulsivos. Pero, a fuer de honrado, debo admitir un tercer tipo: el cinematográfico. Le llamo así porque habita las fábulas cinematográficas. Es bueno y honrado, su carrera es una vocación y ama el género humano. Nos ha hecho llorar en innumerables películas. De hecho, el cine, como mecanismo de poder, nos lo propone para adormecernos y engañarnos, para hacernos creer que un tipo tal existe. No voy a negar que en algún pequeño ayuntamiento exista ese espécimen político, o quizás solo existe en el tiempo pero no en el espacio: sí es como son todos los políticos cuando empiezan.