La muralla es la primera obra de arquitectura de la humanidad. La muralla es un límite, pero un límite doble: de-limita. Podría parecer que es una delimitación geográfica o topológica (relativa al lugar) y así lo parece en las fotos pero, no. La muralla delimita identidades, poblaciones, modos de ser. La muralla establece el límite entre nosotros y los otros. Simple empalizada o muralla china, la muralla es una actitud (un mensaje): ¡tú no! La muralla es la escenificación del racismo, de la xenofobia y en definitiva de la guerra. ¿Fue la muralla anterior a la guerra? Así parece si la entendemos como artefacto de defensa. Pero no es así. Es la muralla la que desencadena la guerra por cuanto: 1) es una provocación (¡tú, no!), y un desprecio, 2) es una indicación de que en su trasdós se esconden riquezas (materiales o espirituales), 3) es un reto. Como las montañas, una muralla es algo que hay que traspasar, 4) es una afirmación rotunda que nos divide a nosotros de los otros. La guerra, lo que necesita fundamentalmente es la extrañeza (la banalidad del mal, dirá Arendt), la conciencia de que los otros no son como nosotros. No es fácil matar a un semejante, primero hay que extrañarlo. La ferocidad de la muerte se establece en la diferencia, contra lo que no es humano. Todo lo demás: riquezas (la explicación económica), provocación (la explicación antropológica), reto (la explicación biológica) son los detalles. Es, además, eterna. En pleno SXXI la nación presuntamente más poderosa de la tierra está construyendo una para no ser invadida por los mejicanos.