Estamos en pleno desmantelamiento del estado del bienestar. Los gobiernos occidentales tratan de reducir la sanidad (y no me refiero a la salud dental o mental, sino a la salud en general: asistencia primaria, rural, listas de espera, etc.), escatiman en la educación (a la que politizan hasta la extenuación) y la investigación, se apuesta por la precariedad y el despidp libre en lo laboral, reduciendo las pensiones o reformulándolas, así como convirtiendo otras prestaciones sociales (como la dependencia) en mera anécdota, etc. Y no solo se quiere reducir sino precisamente privatizar, que es entregarse a los poderes fácticos: grandes empresas, empresarios, bancos y financieras, multinacionales, energéticas, la Iglesia etc. Porque el problema es de desigualdad, solo de desigualdad y nada más que de desigualdad. La igualdad y la libertad -que heredamos de la revolución francesa- han resultado ser palabras vacías, hoy al servicio del poder a través de la dominación. Todo se centra en la fraternidad, es decir en la solución de los problemas por cuenta de los propios ciudadanos (caridad, concienciación ciudadana, ONG, solidaridad, reciclaje, economía colaborativa, etc). Porque la realidad es que con los impuestos actuales hay suficiente para soportar el Estado del bienestar… si no fuera porque los poderosos han decidido que les pertenece todo el pastel. El concepto de lo privado es hoy sinónimo de poder y dominación, es decir, lo privado es equivalente a lo público en su financiación y en su burocratización.